“Aunque me fuercen yo nunca voy a decir, que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor”
Cantata de puentes amarillos. Luis Alberto Spinetta
La propuesta de hoy no es confirmar una teoría, ni hacer un recorrido histórico de algún concepto. No es mi estilo. La propuesta de hoy es más simple, directa y allí radica su importancia. La infancia me interroga, me hace pregunta. Preguntas que devienen como efecto de una práctica. Una práctica sustentada en la escucha. Y una escucha que es jugada, jugando.
Interrogantes concretos que nos van a guiar: ¿Qué sucede con las infancias hoy? ¿Qué podemos hacer?
Esta propuesta está a la vista y quizá por eso no se ve, se esconde en el día a día. Está al hablar con otros y no darnos cuenta, está en los diarios. Está al buscar en redes sociales y los datos son alarmantes. Está al ver los noticieros y lo frívolos que son con determinados temas. Está ahí…
Hoy, parece que la infancia ha sufrido más de lo que viene siendo golpeada a lo largo de la Historia. Se lee sobre infancias maltratadas, arrasadas, sobre niños sin lugar. Creo que está claro ¡La infancia corre riesgo!
Sí, porque llegan a consulta niños que no llegan, asisten pequeños sin la posibilidad de jugar. Pero se trata una im-posibilidad de jugar que es en relación a que una vez existió y por algo ya no. No refiere a que el tiempo de jugar, como operatoria, no ha existido. Es un “antes jugaba y ahora no lo hace”. Porque un niño siempre juega, siempre hay juego. Lo complejo es saber si hay jugadores adultos que sancionen eso como tal. En todo caso, hay adultos que no saben a qué se juega, ni qué se juega en ese momento. Es una época donde al consultorio llega de todo menos un niño. Antes, vienen e irrumpen, los diagnósticos y el no poder con la angustia en la crianza de los hijos. Llegan sentencias y etiquetas.
Hoy, los niños vienen en sobre, palabras raras y con sellos…
Pareciera ser que hay un barrimiento (o borramiento) de la subjetividad de cada uno y así quedan pegados a la palabra del Otro, una palabra que quema y marca la piel.
Entonces ¿Hoy, qué sucede? Sucede que no escucho a la infancia como un Derecho, sino como próxima a ser un Privilegio. Y como tal no sería de todos y no sería el mismo para todos. Puede sonar fuerte pero basta con pensar en las niñas y los niños despojados de su lugar subjetivo, de lo más singular, de sus síntomas, de sus casas, de sus familias, de su cuerpo, de su vida... Lo doloroso es que la infancia como derecho figura en todas las palabras de los adultos, en Conferencias y Declaraciones. Tiene estatuto universal, claro en los papeles, pero en ésta época parece ser lejano.
Un privilegio, qué absurdo… un privilegio es algo que rosa la excepción, como exclusivo (¿expulsivo?) como si fuera una ventaja por sobre otros. Es justamente esto lo preocupante, que la infancia como tiempo de todos los pequeños alguna vez, alguna vez no lo sea.
Colette Soler sitúa a la infancia como “… el tiempo de la primera vez…” (Soler. C, Lo que queda de la infancia, 2015, página 47) pero ¿Y si es el tiempo de las últimas veces? Últimos juegos, miradas, tiempos compartidos, momentos. Ojalá no vayamos para esos lados.
Muchos niños cada vez juegan menos, hacen actividades todos los días, ya no les sobra tiempo. Recuerdo el padre de un niño de 4 años que me decía en una primera entrevista que le daba a su hijo “juegos pedagógicamente interesantes” pero no tenían tiempo de jugar juntos. Como si lo que guiara las actividades sea el sumar aprendizajes y no el disfrutar, compartir con otros. Digo que ese tiempo del jugar está siendo pasado por alto por las nuevas necesidades imperantes, lo que no hay que confundir con importantes y menos con necesarias.
Entonces, hoy: ¿Qué podemos hacer los analistas? En principio mucho, pero esto admite un pensar para hacer, no quedarnos en la primer parte (teórica) de la cuestión. Porque la infancia es una cuestión, es lo humano en cuestión. Lo que podemos hacer, en sesión, es estar dispuestos a jugar, que no es perder el tiempo sino jugar a favor del tiempo. A favor del tiempo subjetivo y estructurante de un niño. Esto que parece poco o sin importancia para algunas familias y algunos analistas, es justamente un eslabón fundamental para comenzar a entre-tejer una nueva trama. Habrá que intervenir jugando desde (y con) el cuerpo.
Suelo decir que el jugar es uno de los tiempos fundantes del sujeto, solo que hoy por hoy está cada vez más desplazado. Está corrido por otros temas, por ejemplo la alta competencia, la multiplicidad de actividades que un niño hace hoy en día (recuerdo al enano que iba a Inglés, Básquet, Natación y había dejado Fútbol para venir al consultorio. Casualmente este último fue lo único que él había elegido). Los niños de hoy parecen más competidores de triatlón que jugadores y jugadoras. Entonces la pregunta ¿Dónde quedó el jugar por jugar?
Hay que estar en línea, para jugar; estar dispuestos a perder y ganar; a estar perdidos. Dispuestos a propiciar encuentros, para desencontrarnos y allí reencontrarse. Estar para ese otro que necesita un espacio donde alojarse, donde habitar en su diferencia, donde jugar como tiempo estructural en la construcción de su subjetividad.
Así, jugando “de a de veras” se arman nuevas tramas, nuevos juegos, otros cuerpos… otras vidas… Infancias posibles.
Ojalá que el privilegio sea nuestro por jugar con ellos y no de ellos por vivir la infancia.
Sebastián Saravia es Licenciado en Psicología . Psicoanalista. Docente integrante de la materia Psicología Institucional-Organizacional (Universidad de Morón). Psicólogo en Subsecretaría de Salud Mental y Adicciones (Merlo). Psicólogo en Centro de Terapias CANYF (Ramos Mejía). Co-fundador de TeRSerIdad.