-En la clínica de las toxicomanías, ¿Cuáles son a su criterio los pilares de la dirección de la cura y qué lugar ocupa el psicólogo?
-La complejidad de la clínica nos exige repensar desde otra óptica algunas cuestiones. Las patologías llamadas contemporáneas -trastornos de la alimentación, patologías del acto, violencia, adicciones, entre otros ejemplos- son, en varias ocasiones y coherentemente con la época, consecuencia del desenganche del Otro. El primado de un goce asocial, solitario, incluso estructuralmente autista, que impone transformaciones. Se propone pensar para estos fenómenos la instalación de lazo social intoxicado. En este marco intentaremos dar cuenta de los obstáculos de la clínica toxicómana.
El psicoanálisis procura producir el enunciado de una demanda, dirigiéndose al Otro y poniendo en funcionamiento la transferencia. ¿De qué manera abordar la particularidad de la demanda toxicómana en donde observamos una visible satisfacción en el cultivo del propio goce? El tóxico produce un cortocircuito con la representación generando una satisfacción inmediata que es posible ubicar en el momento del “éxtasis”; allí el Otro se vuelve innecesario. Este modo de goce establece necesariamente perturbaciones en la modalización de la demanda y en la instalación del Sujeto Supuesto Saber. Dicho de otro modo, se verifica la perturbación de la dimensión de la creencia en el síntoma, la suposición de que puede hablar, de que puede ser descifrado.
En la toxicomanía ubicamos un obstáculo clínico debido a la ruptura entre la palabra y la impulsión. ¿Cómo se las arregla el analista para intervenir respecto de aquello que se actúa pero no se dice? Ante la falta del fracaso efectivo del tóxico como partenaire, ¿puede haber demanda? ¿Cómo nos hacemos preferir al tóxico? ¿Cómo reconducir la orientación del goce del sujeto al camino que pasa por el Otro?
¿Cuál es la complicación? Si pensamos al sujeto como marcado desde su constitución por una falta que implica una pérdida de goce, al producirse el consumo de la sustancia, ésta queda obturada. Se tapona la hiancia del sujeto vía la operación toxicómana y de este modo se ahorra el encuentro con el agujero, ubicando en su lugar el objeto de goce que lo completa. La particularidad de este goce mortífero reside en que no se halla mediatizado ni regulado fálicamente. No hay fantasma que lo encuadre sino sólo pulsión de muerte sin tramitación simbólica alguna.
Esta relación al tóxico implica la dificultad de la intervención analítica que procura producir un intervalo entre el objeto y la falta, desplegando el espacio para una posible demanda. De esta manera, el toxicómano se ahorra el planteo del problema sexual. Al respecto, en los encuentros previos, Fabián Naparstek consideró que en la actualidad la droga lleva a una sexualidad que anteriormente evitaba. Retomamos esta cuestión ya que, si bien se produce el acto sexual “bajo influencia” –del tóxico-, éste no busca ni genera un encuentro con el Otro sino una sexualidad maníaca y solitaria, aunque se esté con el otro. No hay mediación simbólica, la sexualidad misma no establece un lazo al Otro y tampoco se evidencia interés de encontrarlo, sino de constatar la pura potencia sin el límite fálico.
-¿A qué se refiere cuando hablamos de toxicomanía?
-Eric Laurent afirma que “encontramos los viejos síntomas en nuevos contextos”. (Eric Laurent “la extensión del síntoma hoy” en la revista enlaces Pág. 5). En esta perspectiva y a modo de ejemplo, encontramos que las histerias desaparecen de los manuales psiquiátricos y en su lugar emergen las personalidades múltiples y sus trastornos. Evidenciando una diferencia entre éstos o, al menos, un reordenamiento profundo de la clínica del falo y del goce fálico, aparecen los llamados nuevos síntomas que recubren el campo de las toxicomanías; los mismos que en su gran mayoría pueden considerarse autistas en tanto se hallan al margen del lazo social.
Tales síntomas sustraen al sujeto de la relación con el semejante en beneficio del vínculo con un goce cerrado sobre sí mismo. A partir de esto, es posible sostener la siguiente premisa: en los síntomas susceptibles de ser caracterizados como aquellos que se hallan insertos en el lazo social, no del todo autistas, su goce está enganchado, anudado de algún modo a lo simbólico y a lo imaginario. Pudiendo ser descifrados, responden a la función del padre, esto es, son síntomas nombre del padre, a diferencia de aquellos que quedan por fuera de dicho anudamiento posible.
-¿Por qué cree que el alcoholismo y la toxicomanía se transformó en una epidemia?
-En el diccionario definen a esa palabra como una enfermedad que por alguna temporada aflige a un pueblo o comarca, acometiendo simultáneamente a gran número de personas.
Teniendo en cuenta que estamos en la era del consumo podemos pensar que la toxicomanía, más que una epidemia se trata de una forma subjetiva bastante generalizada y como señala Lacan no se puede ser psicoanalista sino se está en relación a la subjetividad de la época.
En mi opinión, en la época actual tenemos lo forcluido que retorna en lo real por el lado del tóxico y por otro lado tenemos el intento de deshacerse de lo real y la causa.
Así vemos la toxicidad generalizada, en la violencia, en la comida (bulimia), en la droga, en el juego, en el trabajo.
Maria Yanina Mazzoni. Adjunta de la cátedra de Psicopatología I y JTP de la materia electiva Clínica de las toxicomanías y el alcoholismo, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.