Las sociedades regidas por la dictadura de los mercados, promueven la creación de ejércitos de zombis consumidores sacrificando al ser humano en su condición de sujeto. El sujeto en tanto que ser histórico excéntrico a la plenitud, se alienaría en un campo de demandas.
En este contexto, el sufrimiento psíquico se vende, literalmente, como un residuo a eliminar, un desecho, porque alude al ser humano quebrado, intolerable para el ideal de completud imaginaria, de un Yo que sucumbe a los valores dominantes de nuestra sociedad.
Es ahí donde las terapias farmacológicas encuentran su particular y potente hueco, al no cuestionar nada de la subjetividad del paciente, y al acallar sus voces.
Con el mismo objetivo, las terapias cognitivo-conductuales escrutan hasta la saciedad modelando las conductas, sin tener presente al sujeto como tal.
Otro tipo de abordajes al sufrimiento humano, bastante de moda en los comercios que dispensan imágenes de salud, alude al misticismo oriental como solución y específicamente al tan renombrado mindfulness. Este es una cualidad de la mente o más bien la capacidad intrínseca de la mente de estar presente y consciente en un momento determinado. En estas tendencias, el rechazo al deseo es explícito hasta el punto de que se propone como objetivo fundamental la paz interior y la búsqueda del Nirvana. Baste leer cualquier texto de Thich Nhat Hanh, para comprobar hasta qué punto, trata de eliminar el deseo, el odio y la ignorancia, desencadenantes del sufrimiento humano. Es otra forma de sugerir un tipo ideal de perfección, como efecto de cierta nostalgia del “no ser”.
Por oposición a estas tendencias, el psicoanálisis considera al deseo como motor consustancial al ser humano. El deseo designa, en términos de Kaufmann: “el campo de existencia del sujeto humano sexuado, por oposición a todo abordaje teórico del ser humano que se atenga a lo biológico, a la conducta o a los sistemas de relación”.
Habría que diferenciar, como propuso Lacan: deseo, necesidad y demanda. La necesidad, por ejemplo el hambre, puede satisfacerse por una acción específica que procure el objeto adecuado.
Pero por que el ser humano habla, y se dirige a Otro, surge la demanda, que es demanda de amor.
El deseo nace justamente de la separación entre necesidad y demanda, no es reductible a la necesidad ni a la demanda de amor, ya que es imposible de satisfacer.
El deseo es el resto de esta operación.
Aplacar el deseo, apunta a la plenitud de la muerte, que sería la muerte del sujeto psíquico.
Luis Manuel Estalayo Martín. Psicoanalista, Madrid