La llamada “evidencia científica” es cada vez más exigente con los parámetros de las analíticas.
Hipertensión y colesterol, por ejemplo, se medican muchísimo antes que antaño. Negocio para las farmacéuticas.
Todo esto nos lleva a otra evidencia, que no sé si es científica, pero que es rigurosamente cierta, diáfana y clara: La enfermedad es un negocio. La creación de enfermedades (tildar de enfermedad cualquier cosa) todavía más. La industria farmacéutica a base de grandes campañas de marketing se encarga de que se medique todo, de convertir lo normal en anomalía. Todo va siendo patológico y, por tanto, medicable: la vejez, las arrugas, la sexualidad, la timidez, la tristeza, la pereza y, a este paso lo será también el mirar de reojo.
Los psicoanalistas sabemos muy bien que los síntomas cambian con los tiempos y las modas. El síntoma es la expresión de algo y hay que saber leerlo. Este lenguaje del síntoma no es inmutable, perenne. Cambia con las distintas épocas.
Hoy las tendencias sociales, las inquietudes, los miedos, las quejas y la expresión de los sufrimientos son distintos que en la época de Freud. No parece que las histéricas de hoy se vean impulsadas a agenciarse ninguna ceguera ni ninguna parálisis, cosa que hizo devanar los sesos a los neurólogos de la época, hoy se los devanan con la Fibromialgia, la Fatiga Crónica y los trastornos alimentarios.
Quizá sean “los mismos perros con distintos collares”.
Los mayores hacemos aparentemente lo que nos da la gana con nuestro cuerpo y podemos tomarnos todas las píldoras que queramos para “curarnos” de nuestros propios fantasmas, pero los niños no. No son autónomos y no pueden decidir por sí mismos sobre si tragar o no tragar –la píldora-. Deben hacer lo que sus mayores quieran. Y tragan. Vaya si tragan los pobrecillos.
Un elocuente ejemplo de todo esto lo tenemos en este invento (negocio, ciencia) que puebla profusamente nuestras aulas y nuestras familias que se llama, -con estatuto de enfermedad- TDA con H o sin ella, o sea: Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad. Es decir, el niño es movidito y no atiende.
Claro, a los niños no los ha diseñado la naturaleza para estar un montón de horas sentados en un aula aguantando explicaciones sobre cosas que, para ellos, no tienen el menor interés. Algunos se rebelan. Y, a veces, las manifestaciones sintomáticas de esta rebelión, se concretan en desviar la atención, desatender, o expresando un malestar emocional entregándose a una hiperactividad como descarga y como expresión de inquietud y desasosiego. El síntoma nos habla de algo. Un mínimo de coherencia debe impulsarnos a escucharlo.
De niños revoltosos y que no quieren atender ha habido siempre. Ahora son enfermos medicables con Metilfenidato que es una sustancia psico estimulante con muchas similitudes estructurales con la anfetamina, aunque sus efectos farmacológicos son más similares a los de la cocaína.
Los efectos negativos han sido profusamente estudiados y descritos y son: la pérdida de apetito, el retraso en el crecimiento y el engorde, efectos cardiovasculares nocivos y riesgo de crisis epilépticas. También se describen casos de muerte súbita en niños y adolescentes con cardiopatías que no habían sido detectadas, y por último, no hay que desestimar que siempre es una inducción para futuras drogadicciones.
No existen pruebas de laboratorio, ni radiografías ni escáneres que demuestren nada y mucho menos una pretendida base genética. Esta enfermedad es sencillamente inexistente. Es únicamente un síntoma de que algo le ocurre al niño. Nada hace suponer que este algo deba ser necesariamente neurológico. Hay que saberlo leer en su contexto, pero lo más probable es que sea el signo de algo emocional.
El TDAH se suele diagnosticar pasando un cuestionario a los padres y otro a los maestros. Con esta poca base científica se decide medicarlos.
Pero la moda ahora es no ponerle límites a nada. Ni a estos desmanes ni al comportamiento de los niños. Luego si resultan díscolos y agitados, se les tacha de enfermos y así se tira por la vía más cómoda y confortable para padres y maestros, que es la de no sentirse implicados y recurrir al auxilio de la “ciencia” y endilgarle a la criatura las drogas correspondientes.
Anda niño: ¡Calla y traga!
Ricardo Millieri. Psicólogo y psicoanalista, Barcelona