Pero debo señalar que sería un error desplazar esta sobredeterminación, como único origen absoluto e inexorable de la crueldad, hacia las tempranas y graves fallas del círculo que acabo de describir.
Riesgo en el sentido de pensar que la situación se juega únicamente ahí, no tomando en cuenta que los posteriores dispositivos socioculturales por los que atraviesa el sujeto, jugarán en uno u otro sentido como factor de resolución o de agravamiento. Entre estos dispositivos están los educacionales, laborales, políticos, etc., y de manera especial la solidaridad o la indiferencia que entornen a quien tal vez viene mal parado desde su inicio. No hay que excluir, como un dispositivo especialmente importante, "el de una justa justicia" operando sobre alguien perturbado, en grados patológicos, en sus propias posibilidades de represión. Una justicia que no se ocupe solamente de ajusticiarlo, sino que sea ante todo justicia social. Claro que para la eficacia reparadora de esta justicia, también es pertinente pensar en forma semejante a los ya señalados impedimentos para la acción terapéutica, sobre todo cuando se trata de la vera crueldad, su impunidad y su saber canalla.
El riesgo extremo de pensar sólo en términos de sobredeterminación implicaría el absurdo de considerar a la crueldad y su dispositivo sociocultural como un atenuante, a la manera de la "emoción violenta", afín a la coartada de la "obediencia debida", del cruel, a su dispositivo y a la línea de mandos; ésto vale prevalentemente para la vera crueldad. Por el contrario, en el otro extremo, también se puede caer en el error de pensar que todo sujeto cruel, me refiero prevalentemente al sobreviviente, es sujeto irrecuperable. Sin embargo desde la práctica clínica psicoanalítica no podemos descartar totalmente la cuestión de la sobredeterminación. Lo vemos clínicamente en las neurosis de destino y, de manera más dramática, en las estructuras psicóticas víctimas de los atrapamientos trágicos que llegan a tener efectos irreversibles. También hay que considerar un cuadro muchos más extendido de lo que habitualmente se lo advierte, el ya mencionado mandato de muerte, impregnando a un sujeto permanentemente encaminado a situaciones límites, por dentro o por fuera de la crueldad. Un intento, de hecho inconsciente, de apoderarse y poner fin a lo que siente ajeno a él. Son tantos los riesgos a que está expuesto, entre ellos la violencia y la droga, que suele morir en el intento.
Entonces cabe la pregunta de fácil respuesta y difícil solución: ¿Es siempre punible el comportamiento del cruel? Claro que lo es, pero de una manera que no debería quedar reducida sólo al actor directo del accionar cruel, debería incluir en la sanción, por más utópico que parezca, distintos círculos concéntricos que constituyen el imprescindible dispositivo sociocultural para el accionar cruel, sobre el que he insistido a lo largo de este trabajo. Los que dan apoyatura logística, los que organizan políticas socioeconómicas a partir de los aparatos de terror, verdaderos responsables intelectuales y activos beneficiarios de la crueldad. Pero también los que por vía de la renegación o de la ceguera, no sabiendo a qué atenerse terminan ateniéndose a las consecuencias, cayendo en la posición del idiota, sin que el término resulte un insulto o designe un cuadro neuropsiquiátrico. ¿Será que la expresión descalificadora de "idiotas útiles", conque los sectores sociales más reaccionarios aluden con frecuencia a aquellos que se presentan afines a políticas solidarias, terminará cobrando otro sentido no precisamente solidario?
No cabe duda que la banalización del término ética, puede llegar a jugar a favor de una connivencia con lo cruel, cuando designa sólo una actitud abstinente que se limita a hacer únicamente lo correcto. No deja de ser un mérito, pero muy alejado de un accionar activo y eficaz. Una ética no abstinente puede llegar a configurar una forma moderna de la utopía, con tópica hoy, en tanto se propone otra doble negación, ahora en sentido opuesto al de la renegación que además de negar, niega que niega. Aquí se trata de negarse a aceptar lo que niega lo real. La crueldad es una instancia real.
Pensándolo bien, es posible que la propuesta de una ética con tópica hoy, confrontada a la magnitud cotidiana de lo cruel, resulte verdaderamente una utopía pero en el sentido clásico. Tal vez sólo una esperanza. Al respecto recuerdo que cuando leí un aforismo de Ciorán: "La esperanza es el estado natural del delirio", completé su pensamiento así: si la esperanza es el estado natural del delirio, en cuestiones límite (la vera crueldad lo es), el delirio es el estado heroico de la esperanza.