Pienso que tiene un valor estimable a la hora de enfrentar la clínica de parejas, reflexionar, constatar acerca de este contexto y las transformaciones aceleradas que el mismo viene sufriendo. Como decía Lacan: “Mejor que renuncie -a su práctica- quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. (Jacques Lacan a los psicoanalistas, en 1953: Función y campo de la palabra”).
Es decir, escuchar lo que se dice dentro del consultorio, pero escuchar también lo que entra por la ventana. No significa solamente situarnos en el espacio y tiempo sino adentrarnos en el malestar y conflictos que esa pareja trae a la consulta.
Significa comprender en qué consiste este nuevo paradigma cultural llamado “posmoderno”. Considerar cómo las transformaciones de la intimidad (prácticas sexuales, roles de género, costumbres cotidianas, maneras de expresar el amor), las transformaciones tecnológicas, las transformaciones del mercado y el capital, las transformaciones en el imaginario social (valores, ideales, costumbres, normas, etc.) no implica tan solo escuchar la música de fondo, sino captar la partitura con que hoy una pareja concreta su melodía.
Freud estuvo muy atento a su época, y hasta podríamos decir que gran parte de su edificio teórico (neurosis, histeria, sexualidad) se relacionó con la moral de la sociedad victoriana de su tiempo.
Hablar hoy del desborde pulsional, de carencia de represión, de goce desanudado, de individualismo a ultranza, de hedonismo consumista, de intimidad como espectáculo, nos enfrenta en forma directa a los individuos que visitan nuestros consultorios.
El tener en cuenta estos fenómenos actuales, puede convertirse en herramientas válidas para nuestra clínica, para poder acompañar a nuestros pacientes en un tipo de asunción subjetiva que signifique pasar de una posición heterónoma a una autónoma, donde pueda acomodar y darle lugar de alguna manera, al deseo, al goce, y al amor.
Las formas como se vive el amor y el erotismo son construcciones históricas y por tanto cambiantes. Dar cuenta sobre ellas es esencial para nuestra práctica.
Las parejas cambian
Cuando distintos autores se refieren a las identidades emergentes en estos tiempos “posmodernos”, se subraya el carácter individualista, el vacío de lo social, se habla de incertidumbres, de identidades light, es decir ligeras, etéreas, sin espesor; de vínculos y amores líquidos, de identidades múltiples que cuestionan la propia noción de identidad. Hay una palabra alemana que refleja en gran medida lo que pasa en el mundo contemporáneo; Unsicherheit la cual fusiona tres palabras del español: incertidumbre, inseguridad y desprotección. Ante la pérdida de referentes, las palabras anteriores son las que más se adecuan a este momento de inflexión en la historia. El cuestionamiento sobre las «estructuras familiares tradicionales», la liberación femenina y por ende la exigencia de la igualdad ante el hombre, la flexibilidad del trabajo, la movilidad del lugar de residencia a la que puede conducir una exacerbada tendencia hacia la individualidad; una marcada decadencia del patriarcado, el control de la maternidad, la opción al divorcio de mutuo consentimiento, la despenalización del adulterio, la liberalización general de las costumbres y el relativismo moral, son solo algunas de las características de la sociedad actual, ante las cuales la pareja no puede permanecer indemne. La mujer dejó de dedicarse solamente al hogar, adoptando otros roles, salió a la calle en busca de empleo, lo que la condujo a una independencia económica, por medio de la cual ya no tenía que depender forzosamente del hombre. Por lo tanto, la liberación no solamente fue psicológica, sexual, sino también económica.
Muchos autores coinciden en afirmar que viene operándose un acelerado proceso de desacralización del orden patriarcal, y plantean el surgimiento de un nuevo paradigma en ciencias sociales, conocido como "teoría sociológica feminista” Hasta se arriesgan a declarar la muerte del patriarcado, y piensan que los dos pilares de apoyo del mismo -el control de la fecundidad de las mujeres por parte de los hombres, y la división sexual del trabajo- se han derrumbado. Personalmente creo que este proceso está aún en sus comienzos. La vida en familia deja de ser uno de los principales logros para los individuos, en especial para las mujeres. Actualmente la conformación y estructura de las parejas se diferencia bastante de la tradicional aunque todavía convive con aquélla. Junto a la pareja matrimonial tradicional hoy conviven otras formas de unión: parejas “sin convivencia”, parejas “de segunda, tercera…vuelta”, parejas homosexuales, parejas “de prueba”, parejas “consensuadas”, “parejas “virtuales”, “matrimonios abiertos”, poliamor, parejas de “libre ensamble”, “singletons”, “dinkis”, etc. Ni la mujer, que posee un trabajo en los dos tercios de los casos, se deja conducir, ni mucho menos subordinar a la manera que aún fue habitual en la generación previa. Hace medio siglo atrás reinaba la pareja fusional, esa que de dos quería hacer uno, mientras que hoy aparece, entre las generaciones jóvenes, la pareja fusional, con una prevalencia creciente de la individualidad personal, “libres ensemble”, dicen los franceses (libres juntos), “alone together” en EE.UU., parejas que plantean esta nueva forma de cohabitar, casados o no, de diferente o de igual sexo, adultos con o sin hijos... El matrimonio es hoy más tardío y a menudo se produce después de un período de cohabitación, no se trata ya de entrar en una institución o de simplemente reproducir un rito, sino de construir una nueva pertenencia, hacerse cargo de la situación. La exaltación del individualismo, del hedonismo, del narcisismo personal, de la búsqueda a ultranza de la satisfacción emocional y afectiva, del requerimiento casi en forma permanente de una goce sexual pleno, (que a veces se da de patadas en forma paradojal con un sentimiento de soledad y aislamiento que crece cada día más) ha ido produciendo un tipo de parejas bastante diferentes a la tradicional, más consensual y más hedonista a la vez.
Hacia otras formas de amar
El amor romántico, que ha venido desplegándose desde casi dos siglos ofrece una utopía y condena irremediablemente al fracaso a quien lo persigue pero se ha plasmado como ideal en el imaginario social y ha marcado a fuego a varias generaciones. El ideal de los tiempos modernos en la constitución de una pareja ("hasta que la muerte nos separe") ha cambiado, ha dado lugar a una visión más realista del futuro y se ha convertido en un vínculo consensuado por un tiempo indeterminado entre dos personas que buscan relaciones sexuales en un marco afectivo de intimidad y compañerismo. Pero, en la mayoría de los casos, la constitución de la pareja “deberá” respetar los proyectos personales de cada uno.
Hasta hace muy poco tiempo el propósito de una pareja era unirse por amor con el fin de procrear y educar a los hijos; ahora el intercambio afectivo y la satisfacción sexual constituyen el objetivo de la pareja contemporánea. La felicidad se busca en la pareja, está centrada en la vida de ésta y en la realización del proyecto personal
¿De qué manera amar sin renunciar a la libertad, a la autonomía, a la independencia y tratando de preservar siempre los mismos valores en el otro?
Amor confluente
Poco a poco el amor romántico, que prevaleció casi en forma única durante el siglo pasado, va compartiendo su lugar con otros modelos que intentan ajustarse más a los tiempos que corren. Es el caso del “amor confluente”. Simultáneamente a los cambios señalados más arriba, creo que también ha comenzado a conceptualizarse y por supuesto, a vivenciarse, otra forma de amar y entender el amor distinta a la que prevaleció en el siglo anterior, el “amor romántico”, que es un tipo de amor que tiende a la unidad, a la completud y a la fusión. Esta propuesta romántica conlleva una marcada idealización del amor, una perfección inalcanzable, que por supuesto frustrará en algún momento a la pareja dejándola insatisfecha. Este concepto de amor trasladado al matrimonio lo complicó bastante. Así planteado, el matrimonio tiene que servir para todo: ser compañero de sexo, de juegos, de vacaciones, de cenas, de ocio, de todo… algo imposible que se cumpla. Se abren, entonces, otras perspectivas para pensar el amor y la unión. En ese sentido se habla de “amor realista” o “amor confluente”. En el amor confluente, existe una apertura hacia el otro, pero es más activo y contingente y, por consiguiente, choca con las expresiones de para siempre, solo y único que se utilizan en el amor romántico. Presupone la igualdad emocional: existe un equilibrio entre lo que se da y lo que se recibe.
El amor confluente se preocupa por el placer sexual recíproco, un elemento clave en la continuidad o no de la relación. Este amor se desarrolla en una sociedad en la que cada uno tiene la posibilidad de quedar sexualmente satisfecho, reivindicando el derecho de la mujer a una vida sexual plena. A la inversa del amor romántico, el confluente no es monógamo, no existe exclusividad sexual, en el sentido longitudinal. Lo que la relación pura implica es la aceptación, por cada uno de los miembros de que cada uno obtiene suficientes beneficios de la relación como para considerar que merece la pena continuar.
Es pensar también en la posibilidad de un espacio conyugal y uno extraconyugal, en el que las personas vivan de manera libre y diferente. El problema es cómo articularlos de manera que no sea ni lesiva ni humillante para nadie.
Hoy se vienen practicando muchas maneras de vivir en y con pareja. Puede que a muchos monógamos, estables y regulares les vaya bien, y a otros tal vez no. Se trata de aceptar un sistema de relación múltiple: parejas que se casen o vivan juntas, otras que no, unas que mantengan exclusividad sexual, otras que pacten otro tipo de acuerdos, y no un único modelo que sea sostenido por la iglesia y/o por el estado.
El amor confluente se relaciona con lo contingente, con el acontecimiento. Pertenece al orden de la subjetividad trágica de la posmodernidad. Vivimos aunque la vida no tenga sentido, vivimos porque la vida tiene fuerza y tratamos de darle a esa fuerza una orientación. La verdadera vida no tiene proyectos puesto que no tiene objetivo preciso. De ahí el aspecto repetitivo de sus rituales. La vida quizás no vale nada pero, ya sabemos, nada vale la vida. Lo trágico nos obliga a pensar esta paradoja. (6). Más allá de las ideologías tranquilizadoras sobre la perfectibilidad del hombre y de la sociedad, y de todas las ilusiones que constituyeron el progresismo occidental, apela a vivir la vida que nos tocó. Se pone en duda el mito del progreso infinito de la humanidad. Ama lo que viene: “Amor fati”, máxima de Nietzsche. No se trata de un gusto masoquista en la desgracia, ni de una simple aceptación de la suerte. Es el deseo posesivo y consciente de lo que debe ser.
En nuestra tarea como terapeutas es sumamente importante abandonar ciertos prejuicios y presupuestos teóricos que solíamos usar a la hora de entender e interpretar a nuestros pacientes. Hoy, en este mundo de aceleradísimos cambios es indispensable revisar conceptos que han quedado descolocados por aquéllos. (Específicamente en parejas me refiero a exclusividad sexual-fidelidad, separaciones, alteridad, intimidad, tendencias sexuales, exhibicionismo, depresión, estrés, etc.). Aceptar la diversidad, convivir con ella, no debe quedar solamente como mera propuesta sino adoptarse como conducta en cada uno de nuestros ámbitos.
Lic. Oscar De Cristóforis. Psicoanalista. Miembro de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo.