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13 DE NOVIEMBRE DE 2007 | CONSECUENCIAS SOBRE LA FASE GENITAL

Antropía del Fantasma

La resta. El pene, por mucho que lo desee, no fija dominio sobre el objeto que lo atrae. No es un cinturón de castidad, ni permite aislarlo en el partenaire. Sus títulos de propiedad, si los tiene, son problemáticos, refieren a un desierto. Recordemos un conocido párrafo de Subversión del sujeto donde Lacan afirma que la castración a través del fantasma asegura el goce del Otro, que nos pone esa cadena en la Ley, remitiendo por allí a la ocupación libidinal del otro.

Por Carlos Faig
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Si la catexia afectará meramente a un objeto parcial en el cuerpo del partenaire, si esto se aislara así, estaríamos en problemas con nuestra sexualidad y nuestra pareja estaría en problemas con nosotros. En lugar de ir tomados de la mano, paseando por la calle, llevaríamos a nuestro partenaire tomado de los genitales (o de alguna otra zona erógena, va en gustos).

En la medida en que -φ indica que el objeto (genital) falta en el partenaire, el otro mismo es tomado como objeto parcial, y la ocupación libidinal encuentra un límite inmediato. En cierta forma, la copula sexual deviene posible en la medida en que la relación sexual no puede inscribirse a causa del agujero fálico.
Veámoslo con más detalle. El otro, incluso la persona del otro si se quiere, en un cierto punto del desarrollo (en lo que tradicionalmente se llamó la fase genital) resulta tomado como objeto. Es el pasaje al objeto total, postambivalente, como se decía antiguamente. Este objeto –todos sabemos que no carece de ambivalencia, pero no es evidente que sea parcial– se caracteriza por invertir la dirección desde donde se desprende la parte, es decir, la relación entre el objeto y el cuerpo, o entre la función que lo produce (la tendencia, la relación sexual) y el objeto. Los enunciados ideados por Lacan: “Ella es sin tenerlo” y “Él no es sin tenerlo”, marcan la falta fálica, -φ, en el hombre y la mujer, el agujero que los hace objetos, y, asimismo, los hace acceder al objeto. El plano simbólico en el que se despliega la no-relación –la relación sexual no es formulable en la estructura del significante– se acompaña así de un plano imaginario que concierne directamente al partenaire.
La -φ, como afirma Lacan, se resta del lugar del Otro, viene a deducirse de allí. El Otro (el otro, que aquí viene a confundirse), el partenaire –en tanto objeto que carece, que padece un blanco en su cuerpo–, merced a esta inversión, deviene un objeto parcial. Estamos en presencia de la degradación de la vida erótica, como se expresaba Freud. La castración alcanza al Otro, que es reducido a un objeto. Se ve entonces el veneno que encierra la letra “a” minúscula: es el otro (autre) y el objeto (a). Cuestión de peso para llegar a la no-relación.
El fantasma adquiere con menos fi un aspecto antropomorfo –el sexo se va a jugar en relación con el prójimo porque es parcial (no a pesar de que) y no ya con una parte de su cuerpo– que, como en ese argumento invertido que se persigue en Kant con Sade, va a acordar plenamente con la Declaración de los Derechos del Hombre. El fantasma remite así a la función especular en tanto antropomorfiza al objeto parcial (de ahí puede fundamentarse también su equivalencia con el moi y la i(a) en el grafo del deseo): se trata de una identificación a la forma humana que le es propia (que no es especular).
Esta antropía del fantasma no ha sido situada hasta el momento, o, al menos, ha sido muy poco comentada. Por lo mismo, las consecuencias que este concepto comporta sobre la fase genital, o “la declaración de sexo”, o aun, sobre la elección de objeto, no han sido extraídas.
La reproducción exige el equívoco –entre el cuerpo y el objeto parcial, en este caso– y la hiancia anuda. La función imaginaria del falo comporta un anudamiento hasta cierto punto equivalente al de los registros. El ser humano se reproduce por el malentendido del sexo y el pivote es el objeto fálico. El amor y la lógica consuenan juntos –como Lacan deseaba–.
Que los cuerpos se reproduzcan por lo que forma un hiato entre ellos, conduce, en una de sus derivaciones, a la relación del niño con -φ y con la escena primaria. Ciertamente, el malentendido se reproduce con la reproducción, ad infinitum. El niño ha sido deseado como objeto, porta esa marca, pero va a tener que fingir ser como cualquier hijo de vecino para subsistir y encontrar pareja. Esta distancia, en la que se ve envuelto desde su nacimiento, entre objeto y persona –otra vez topamos con el (a) y el autre– es, podríamos decir, su inconsciente, o su deseo, si se prefiere. Ha sido deseado y ese es el punto decisivo (dejamos aquí de lado la relación entre Edipo y serie, la instalación del niño en equivalencia –la ecuación cuerpo=falo, por ejemplo–).

La suma. Tomando este problema en otro registro alcanzamos nuevamente el tema del derecho y el concepto de usufructo –ligado, como se hizo evidente, al cuerpo del partenaire–. Veámoslo desde otra óptica. Si ubicamos la exclusión del goce en un conjunto, un círculo que carece de elementos, entonces el plus de gozar es la notación del conjunto vacío. El conjunto del goce contiene al conjunto vacío. Confirmamos con esto, por otra vía, que el único goce permitido al ser parlante es la castración. Así pues el plus viene a cuento de un goce sumado, agregado, vale decir, que por su propia naturaleza no se satisface. Esto lo acerca al superyó, al mandato de goce, y lo vincula con la Untergang del Edipo. Digámoslo directamente: el goce no se posee. De ahí, pues, la idea de usufructo.
La castración imaginaria hace que el objeto pase a ser el cuerpo donde se marca la falta (estas ideas dan otro interés al narcisismo, aunque no lo desarrollaremos aquí), pero, sobre todo, -φ, en sí misma si se puede decir así, en un aspecto decisivo, conecta con el símbolo fálico y concurre con la negativización del órgano que abastece la falta de significante. La castración permite entonces al sujeto designarse como perteneciente a un sexo. El cuerpo ha sido vaciado y como resultado obtenemos la significación de la falta fálica. Así, -φ y el plus de gozar tienen una estructura común, o al menos son isomórficos, y en distintos órdenes piensan un problema semejante.

El producto. El niño tiene permitido –más o menos permitido–, puesto que es un niño, es decir, por naturaleza y por definición, ocupar el cuerpo del otro. Puede reivindicar la expropiación, por ejemplo, del seno materno, ya que, se sabe, este seno le perteneció. No carece pues de interés situarlo, en ese punto preciso, respecto de la Declaración de los Derechos del Hombre. El pequeño sadiano polimorfo enuncia: “Tengo derecho a gozar de tu cuerpo. ¡El objeto parcial es mío!”. Kant no objetaría. Pero si tu cuerpo es tuyo, y el mío es mío, y no hay lugar de confusión, estos derechos no se compatibilizan.
Si el niño se reprodujera, si la eyaculación y el orgasmo infantil existieran, planteo hipotético y carente de toda base, no sería ya mediante un hiato. Por tanto, el niño –capaz o no de realizar un acto sexual– no tiene derecho a reproducirse. El objeto genital no está constituido aún. La ocupación libidinal del otro rebasaría tanto los límites naturales como los fantasmáticos, que suelen coincidir.
¿Y si, contrario a derecho, el niño se reprodujera igual? Obviamente, mediante la hazaña de tal contravención, estaríamos frente a una partenogénesis.
El sexo entre un adulto y un niño se establece pues sobre un solo vector al modo de una transferencia. En la pedofilia –dejando de lado la cuestión, más conocida, de que el niño queda atrapado como goce, y que se trata de un goce relativamente letal–, el adulto se lleva puesto al niño. En rigor, se trata, al menos en cierto sentido, de un pasaje al acto. El objeto parcial se va con él, y, nos atreveríamos a decir, se realiza. De ahí el aspecto infantil de un amplio sector de las perversiones, y su proximidad con la travesura –por nocivos y antipáticos que estos cuadros sean–.


Carlos Faig. Psicólogo (UBA) y psicoanalista. Publicaciones: La transferencia supuesta de Lacan, ed. Xavier Boveda, Bs. As., l985; La clínica psicoanalítica, Xavier Boveda, 1986; Lecturas clínicas, Xavier Bóveda, 1989; Refutaciones en psicoanálisis, Alfasì, 1991; Nuevas refutaciones..., Alfasì, 1991; La escritura del fantasma, Alfasì, 1990;El saber supuesto, Alfasí, 1989. Ex profesor UBA (adjunto en Psicología comprensiva y titular en Fundamentos de la práctica analítica).

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