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8 DE OCTUBRE DE 2007 | LO REAL Y REALIDAD

El mapa de lo real

Si hiciésemos un tosco reduccionismo, a la realidad podríamos dividirla en dos categorías: lo "medible" y lo "no medible", o lo "observable" y lo "no observable"; aunque ya es sabido que lo no observable directamente, muy bien puede ser constatado o inferido por otras vías. También sabemos sobre lo engañosa y relativa que suele ser la esfera de lo visual.

Por Jorge Ballario
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Según Ortega y Gasset, la historia de la Filosofía se divide entre los filósofos que tienen necesidad de saber, y los que tienen temor al equívoco. Por consiguiente, a los investigadores, científicos o pensadores podríamos ubicarlos –a su vez– en cada uno de esos dos grupos, conforme a lo que prevalece en ellos en su relación con el saber: "necesidad de saber" o "temor a equivocarse".

De esta manera, ubicaríamos a los más "audaces" en el primer grupo y, a los más "temerosos" en el segundo, este último incluye a los que requieren la "certeza" para no vérselas con lo desconocido, con la ambigüedad, o con la ambivalencia, es decir, con muchas de las características de la extremadamente compleja vida humana –tanto en su aspecto individual como social– y que los racionalistas pretenden "ilusoriamente" controlar con sus inevitables reduccionismos y fraccionamientos, dado que gran parte de lo real no es medible ni observable directamente, como por ejemplo: el inconsciente humano, que determina gran parte de nuestras acciones, nuestras significaciones y hasta nuestro destino, y al que ya casi nadie niega, ni siquiera los representantes de las ciencias más duras, incluso en neurología se habla de un "inconsciente neuronal". Nuestra teoría psicoanalítica tiene una formidable coherencia y solidez, pero solo los que se inmiscuyen profundamente en ella logran captar la profundidad y “exactitud” de sus enunciados.

El discurso científico, desalienta todo lo que no sea estrictamente científico. Pero imaginemos qué ocurriría si tuviésemos que transitar un nuevo y largo camino que no conocemos, donde la ciencia nos aportaría algunos elementos totalmente estancos, o saberes específicos sobre lo que se halla en diferentes y puntuales lugares del recorrido, pero sin que podamos hacer uso de una articulación teórica sobre los elementos de referencia. Imaginemos qué ocurriría si solo supiésemos, por ejemplo, que en un sector del recorrido existe una colina, en otro una curva, más adelante un puente, luego las vías del ferrocarril, un río y otras pocas referencias más, y del resto del itinerario ignorásemos absolutamente todo, o sea, que desde el punto de vista de la prevalencia absoluta de la evidencia científica o la prueba irrefutable, de ese resto no sabríamos nada. Pero si fuese lícito pensar, conjeturar y deducir con vistas a poder articular lo poseído con conocimientos de otro tipo, como ser: geográficos, topológicos, climáticos, empíricos, etc. se podría teorizar bastante y recopilaríamos un saber mucho más vasto que nos ayudaría enormemente en la configuración de un mapa provisorio de la región, el que nos facilitaría bastante el viaje, aunque tomando todas las precauciones que el caso requiere. Pero así y todo, sería mucho más deseable manejarnos con este mapa teórico-científico que transitar vastas zonas a ciegas o con explicaciones caricaturescas o reduccionistas emanadas sólo de las escasas certezas logradas hasta el momento, que es lo que –en cierta manera– alienta solapadamente el discurso científico actual cuando desconoce todo lo que no se apoye estrictamente en la demostración experimental, marginando implícitamente a los objetos de estudio como la mente humana o la noción de inconsciente, que por su naturaleza metafísica nos obliga a transitar por caminos mucho más teóricos que científicos, sin embargo, las evidencias sobre la existencia y funciones de dichos objetos de estudio también las podemos recoger, aunque por otras vías. Entonces, como decíamos, sería mucho más prudente y eficiente manejarnos con todo el saber disponible (el teórico y el científico), aunque con prudencia, dada la provisoriedad de nuestra información, –al menos hasta que vayamos constatando en el viaje metafórico las diversas hipótesis conjeturadas– que dejarnos arrastrar por la omnipotencia y arrogancia cientificista, basada en la certeza, pero solo de una pequeña proporción de lo real.

Supongamos ahora, que tanto la visión biologicista (científica) como la humanista, representan el 50% de la realidad humana; y que el margen de error de la concepción humanista sea exageradamente alta: 20%. Entonces, manejarse con la totalidad de los saberes implicaría un margen de error absoluto del 10%. Así y todo sería mucho más veraz y adecuada a lo real esta opción, que la falacia cientificista de pretender comprender la totalidad solo con la mitad.

A pesar de todo, parece lógico pensar que tomando los grupos antes esbozados en forma separada, el riesgo de equivocación sea mayor entre los "audaces" que entre los "temerosos", pero como los audaces toman saberes sin prejuicios ni complejos de ambas categorías, e incluso utilizan la metodología científica en todo lo que pueden, justamente porque "aman el saber", entonces minimizan notablemente los riesgos, al tomar los datos de ese modo, relacionándolos "sabiamente". En tal caso, los que se equivocarían más, son los racionalistas, dado que directamente niegan lo que no están dispuestos a aceptar, y no tanto por las racionalizaciones, justificaciones o pretextos que esgrimen, sino –muchas veces– más por motivos personales e inconscientes. Incluso esto se puede avalar con un “dato científico”: hace poco se comprobó mediante escaneos cerebrales a individuos que se prestaron al experimento, que la parte del cerebro que más interviene en las decisiones importantes y morales del sujeto es la emocional, y no tanto la zona vinculada a la razón, como se creía en ciertos ámbitos.

Discurso y lazo social

Todo discurso busca hacer lazo social, y forzosamente es un recorte, una caricatura de lo real. Los discursos pueden ser intolerantes, tolerantes y hasta solidarios entre sí, dependiendo estas opciones de muchas variables, entre ellas podemos destacar: el “grado de influencia de los intereses en pugna”. Y es precisamente este punto, el que nos permite sospechar de la misión de ciertos intelectuales mediáticos, “prestigiosos” representantes del establisment o del positivismo cientificista y su fenomenal poderío económico.
El poderosísimo discurso tecno-cientificista se encarga de sustraerle una parte fundamental de la verdad a la gente, e irónicamente logra su objetivo con la ayuda del saber que al mismo tiempo niega. Una maquiavélica trampa que aprisiona a los individuos en una alterada cosmovisión de su propia realidad, difundida sistemática y sutilmente a través de los medios masivos de comunicación, y que está llevando a crecientes niveles de malestar, rebeldía y tirantez al mundo.

El discurso científico imperante, que es una ficción simbólica que, sin embargo, no se reconoce a sí misma como tal, induce a la población a manejarse solo con el saber científico, sin mostrarle claramente lo ínfimo del mismo para extensas zonas de la experiencia humana, desautorizando con este hecho a las disciplinas que se abocan justamente al estudio y teorización de dichos territorios fundamentales de la vida humana, como el psicoanálisis por ejemplo. Por consiguiente, el cientificismo imperante, con su visión absolutista y fragmentaria, incita una peligrosísima situación sintomática para los sujetos humanos, que les acarrea toda clase de problemas, accidentes, enfermedades y disfunciones.
De este modo, estaría acentuándose una peligrosa tendencia a la supremacía de lo químico, frente al desfallecimiento del deseo, del deseo de comprender, de saber sobre uno mismo, y eliminándose así la posibilidad de desarticular el síntoma desde sus raíces psíquicas. Las grandes corporaciones de la farmacología ya se están peleando entre ellas para poder usufructuar mejor el extraordinario negocio que visualizan.

La “cautivante certeza” es de lo que el cientificismo se vale, para mágicamente procurar suturar la indeleble escisión mental humana: un sueño fundamental del hombre de todos los tiempos, que de la mano de la ciencia, estaría próximo a concretarse.

Jorge Ballario es psicólogo, psicoanalista y escritor. Participó de numerosos cursos y seminarios, asistió a congresos nacionales e internacionales. Es autor de tres libros: Las imágenes ideales, Las ventanas del deseo y Mente y pantalla.

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