Durante años y desde su fundación, el psicoanálisis, que daba cuenta de la patología de la época - neurosis e histeria como “prima donna”- focaliza su mirada en el Complejo de Edipo y sus vicisitudes.
De allí que la primera metapsicología, sea un mapa trazado sobre el territorio de la neurosis.
Los pacientes cuyo padecimiento tenía otra etiología, no fueron abarcados…o lo que podría ser peor, fueron tratados con el marco teórico y consecuente abordaje de una clínica que les era ajena.
Nos referimos a los pacientes (borderlines o trastornos del narcisismo) cuya patología se gesta en las fallas vinculares, en los desencuentros durante el período temprano de su existencia, previo al estadio edípico.
La denominación de Trastornos del Narcisismo responde a las fallas, déficits, trastornos, suscitados en esa etapa en la que un bebé debería comenzar a sentir que es (sentimiento de existencia, de continuidad), que vale (sentimiento de valía, de ser digno de ser amado) y quién es (pregunta que irá respondiendo y descubriendo a lo largo de toda la vida.
Esta tarea se verá facilitada si desde el comienzo de su existencia - allí dónde uno se reconoce en el otro- hubo un otro con capacidad de espejar, amar y reflejar sin distorsiones al sujeto.
Autores como Winnicott y Kohut, enfatizan la influencia del ambiente para la consecución de la madurez y la complejización progresiva que supone de un psiquismo saludable. O sea, son autores que jerarquizan la satisfacción de necesidades afectivas y evolutivas para el logro de la salud y llaman la atención acerca de las graves consecuencias, a nivel psicopatológico, que acarreará un psiquismo no abastecido a ese nivel, base misma de su existencia.
Aquello supondrá el enfrentar las distintas vicisitudes que le depare la vida con una estructura/andamiaje debilitado, o frágil en sus cimientos.
Mientras el psicoanálisis de los comienzos centra la mirada en las secuelas psicopatológicas que dejarían como saldo negativo una defectuosa resolución del Complejo de Edipo, autores como Winnicott y Kohut, sin dejar de lado estas concepciones instintivas para un segundo período de la vida del niño; jerarquizan el primer período de la vida de un bebé (entendiendo “primer” como momento cronológicamente anterior y fundante).
Cuando un bebé adviene a este mundo requiere, para su desarrollo, de otro que lo satisfaga en sus necesidades más básicas (comida, higiene), también que le provea afecto, que lo sepa decodificar: interpretando en tiempo y forma sus necesidades (cuestión que requiere de empatía para Kohut, capacidad de ensoñación para Winnicott).
Necesita asimismo, que lo reflejen, o sea, depende de una mirada dadora de identidad para ir constituyéndose como sujeto independiente. También hablamos de otro que vaya “regulando” las relaciones con el mundo, que se encargue de ir “presentando” el mundo de los objetos a este sujeto en vías de constitución, que inicialmente es indiferenciable de su matriz (mamá), inmaduro y dependiente. Winnicott alude a que “el bebé no existe” haciendo referencia al hecho de que constituye una inseparable unidad con el objeto maternante, encargado del desarrollo de los potenciales heredados. Esto supone un otro con ciertas aptitudes y características de madurez, ya que si el objeto indispensable falla el bebé interrumpe su continuidad existencial. Las funciones que cumple, en palabras de este autor son las de holding (sostén), handling (manipuleo) y presentación del objeto.
Estamos en el plano de cubrir necesidades básicas, no de satisfacer el deseo. Si estos momentos primitivos resuelven las necesidades del self básicas, propiciando una sólida base de partida a la estructura psíquica, este infante transitará el segundo momento: el momento de las exigencias instintivas y sus avatares (desear, rivalizar, tener, sentirse excluido, culpa y miedo a ser castrado, etc.) de una manera más armónica y con mayores recursos previamente adquiridos. Es en este sentido que Kohut hace referencia a “estadío o fase edípica” siendo “complejo” el resultado del desarrollo de patología en esta fase.
Resumiendo (e intentando dar cuenta muy sintéticamente de los innumerables aportes de los autores mencionados), diremos que al decir de Killingmo: como contrapartida de Conflicto podemos hablar de Déficit; asimismo, como contrapartida de Deseo, hablamos de Necesidad.
El Déficit es el resultado de la deprivación, o la no satisfacción de las necesidades básicas (con severas consecuencias para el advenimiento de la subjetividad).
El Conflicto, en cambio, se genera a raíz de los deseos, que en un momento más tardío de la evolución del niño se suscitan con los “objetos de deseo” (que primero fueron los “objetos de necesidad”) y son vivenciados como prohibidos. Esto requerirá de un trabajo psíquico de defensa y elaboración que puede engendrar al síntoma como formación de compromiso (entre realizarlo y su prohibición).
En el plano del deseo, que alude a deseo sexual, ya hablamos de un sujeto que alcanzó la triangularidad y que echa mano a defensas como la represión para defenderse de la angustia de castración, o del displacer que le genera la aceptación del No Tener. Estamos en el plano del tener (no tengo tal o cual atributo que me distancia del Ideal del Yo). Por triangularidad no me refiero estrictamente el Complejo de Edipo, sino por la capacidad de mirar a otro que no sea la madre. Me refiero a la dimensión 3D que se expande en un niño al salir de la simbiosis o de la díada como única referencia.
En el terreno de la necesidad, hablamos de un sujeto que ha sufrido una falta básica - al decir de Balint- y que como consecuencia generó dificultades en la constitución del psiquismo que se hallaba estucturándose a partir y con ayuda de los otros significativos.
Es en este pasaje dónde se produce una detención, quedando evolutivamente frenado en estructuras más arcaicas (lo cual conlleva la utilización de defensas masivas e imágenes muy primitivas de sí, difusas, no cohesivas, desintegradas). Estamos en el plano del Ser y la angustia que acarrea el no haber podido hacer un pasaje exitoso por esta etapa y las tareas que le son propias, es la angustia de desintegración, o aniquilación. Como vemos, una angustia que está a la base de la existencia misma.
Reconocer el tipo de angustia, supone decidir entre investigar hasta develar lo oculto o construir desde lo vincular una experiencia – tal vez primera- que desarrolle subjetividad.
Bibliografía;
Balint, M., (1993) “La falta básica. Aspectos terapéuticos de la regresión”, Paidós.
Killingmo, B. (1989) “Conflicto y Déficit”
Kohut, H. (1977) “Análisis del Self”, Amorrortu.
Nemirovsky, C. (2007) “Winnicott y Kohut. Nuevas Perspectivas en psicoanálisis, psicoterapia y psiquiatría”. Ed. Grama, Argentina
Paula Mayorga es Lic. en Psicología. Secretaria y miembro fundador de IARPP Buenos Aires. Coordinadora del Equipo de Psicoterapia y Asistencia en la Crisis. Especialista en Duelo y Afrontamiento de la pérdida. Exprofesora UBA. Profesora de posgrado. Coautora del libro Psicoterapias Psicoanalíticas. Las prácticas clínicas prevalentes del psicoanálisis contemporáneo, Ediciones del Boulevard.