Los analistas de niños utilizan el juego como herramienta fundamental para acceder a los conflictos de sus pequeños analizantes y apostar mediante el mismo a un trabajo de elaboración. Se entiende que el juego es el la llave de acceso al inconsciente del niño tal como para el adulto son los sueños, lapsus, chistes y actos fallidos. El juego simbólico, por su riqueza y plasticidad, oferta en el mejor de los casos una variedad de posibilidades para plasmar conflictivas, fantasías y temores.
El juego simbólico supone una actividad esencial en el desarrollo del niño. A través del mismo, los niños recrean, proyectan, fantasean y esencialmente van logrando interiorizar la realidad exterior. Este tipo de modalidad de juego, varía de un sujeto a otro, siendo imposible encontrar dos niños que jueguen igual. Su valor reside en fomentar el desarrollo de diversas áreas: lingüísticas, emocionales, cognitivas y sociales.
La experiencia en análisis con niños y jóvenes con discapacidad intelectual, muestra particularidades que hay que atender en relación a cómo se presenta esta modalidad lúdica en el trabajo con dichos sujetos. Fundamentalmente, encontramos la tendencia a llevar a cabo estas escenas bajo una forma incansable e insistente. El juego simbólico impresiona en la debilidad mental por dos características que se recortan como fundamentales: el desfasaje y la repetición.
Con relación al desfasaje cabe tomar en consideración una perspectiva predominantemente evolutiva. Es sabido que un psicoanalista no trabaja en términos de tiempos cronológicos sino más bien que fundamenta su praxis a través de tiempos lógicos, pero quien decida ocuparse de estudiar y tratar patologías graves del desarrollo no puede desconocer la perspectiva evolutiva. En este sentido, desde una mirada evolutiva, cabe ubicar el inicio del juego simbólico alrededor de los dos y tres años, extendiéndose su apogeo hasta alrededor de los seis años. (Piaget, 1969).
En la clínica de la debilidad mental, podemos encontrarnos con jóvenes de 12, 13 o 14 años que con júbilo demandan en la sesión representar escenas de juego. La escenas pueden ser ricas o variadas, jugar a ser bombero, cantante, vendedor, etc. Hasta aquí se podría señalar entonces un desfasaje respecto a “lo esperado”.
Sin embargo, el psicoanálisis no parte de ubicar a la debilidad mental desde un lugar deficitario, no toma como referencia los términos de inteligencia o coeficiente intelectual en la dirección de un tratamiento, no fundamenta su praxis partiendo del lugar desde aquello que se debe esperar a cierta edad. Es más, Lacan ubica en la debilidad un agregado, un plus; el cual consiste en que el sujeto no está instalado de forma sólida en su discurso, dando esto una valiosa libertad en relación al decir. (Lacan, 1972).
La segunda característica mencionada se vincula a la repetición. Estos sujetos repiten sesión tras sesión las escenas de juego. Inclusive pueden pasar meses o años sin que esta modalidad de juego ceda su lugar a otra cosa. Los roles pueden variar, el niño puede ser un dia policia y su analista ocupar en el juego el lugar del ladrón para luego intercambiar roles, pero esencialmente lo que no varía es la insistencia de esta modalidad lúdica. Las pequeñas variaciones que si no son introducidas por el sujeto, las puede proponer el analista, salvaguardan la transferencia del peligro del hartazgo. Este punto debe ser particularmente atendido para quien lleve adelante el tratamiento, ya que el trabajo tiende a tornarse repetitivo pudiendo generar un efecto de aburrimiento que aplaste el deseo del analista.
La repetición y la constancia, son trabajadas por el psicoanalista Pablo Peusner retomando los planteos de Pierre Bruno. Para este primer autor, el débil lleva su constancia hasta un extremo, causando en el analista diversos sentimientos como fastidio, sorpresa y también ¿por que no? cierta ternura.(Peusner, 2010). Entiende que a diferencia del neurótico, el débil se mantiene constante repitiendo siempre lo mismo: “El neurótico repite, es cierto, pero no con constancia. Justamente, la duda es un indicador clínico frecuente que ataca a la constancia. Si el neurótico va al gimnasio, después de ir seis veces se pesa para verificar si adelgazó. De esa manera intenta instalar un sistema para verificar el beneficio de su constancia. El débil no verifica, sigue repitiendo lo mismo como un complaciente...”(p.49).
En este sentido, la constancia sería para este autor el indicador preciso que orienta hacia la debilidad, distinguiéndose de la repetición la cual sería también propia de la estructura neurótica.
Puede operar en la fantasmática del analista, y frente al encuentro de lo mismo una y otra vez, la posibilidad de generar a través del juego una adquisición o un avance a nivel cognitivo lo cual va a conducir inevitablemente a toparse con el fracaso de tal empeño y la posible desorientación en la dirección del tratamiento. Muchas veces en el juego se introducen de forma contingente o no, aspectos relativos a lo pedagógico. Por ejemplo: el jugar a ser un vendedor puede suponer que un personaje cobre y el otro pague, lo cual podría requerir utilizar dinero y realizar operaciones logico matematicas. Es llamativo observar como cuando el analista insiste en este punto, en el cual el sujeto claramente se posiciona en falta respecto al otro, el juego se diluye de forma inmediata. La escena finaliza y se transforma en un espacio que no se trata ya ni de ni de juego ni de aprendizaje, perdiéndose así la oportunidad de causar al sujeto.
Se señala esto a modo de mostrar que muchas veces frente a ese repetición, la introducción de variables que supongan el uso de cuestiones cognitivas puede ser tentador, pero será el fantasma propio del analista el que apuntara a modificar algo de ese sujeto en relación al aprendizaje y se alejara de modo radical de aquello que aqueja a quien lo consulta.
Muchas veces nos encontramos con sujetos marcados por el fracaso escolar, en donde sus falencias en la adquisición de la lectoescritura y otros aprendizajes atraviesa su historia de vida y también la de sus familiares al modo de una carga eterna.
¿Cuántas veces se escucha a los padres enunciar que un día su hijo aprenderá finalmente a leer, escribir y así se pondrá fin al padecer?
Retomando lo antedicho, se plantea la pregunta: ¿Qué función tiene entonces la repetición en el caso del débil? La repetición, da seguridad, confianza, semblante y puntos de anclaje. El jugar a saber hacer algo instala la posibilidad de ocupar una función social. En el juego simbólico, el débil sabe y puede, deja de ser “débil”, logra a partir del mismo otra relación con el saber, la cual en su cotidianidad resulta siempre muy compleja y bajo la cual se posiciona reiteradamente en falta.
Quizás no deberíamos intentar arrebatarle eso que parece tan poca cosa pero en realidad es tanto, forzando a llevar los límites más lejos de lo que podrían llegar solo para complacernos.
Bibliografía:
Inhelder, B. y Piaget, J. (1978). “Psicología del niño”, Ediciones Morata.
Lacan, J. (2012). “Seminario XIX”, Clase 15 de marzo de 1972, Paidós.
Mannoni, M. (2001). “El niño retardado y su madre”, Paidós.
Peusner, P. (2010). “Reinventar la debilidad mental”, Letra Viva.
Lucas Sztejfman es Psicólogo (UBA), Psicoanalista. Concurrencia completa en Psicología Clínica en Hospital de Agudos Dr. Teodoro Alvarez. Desarrolla su práctica clínica en el ámbito privado y en instituciones especializadas en patologías graves del desarrollo y la comunicación.