Estamos ante una situación inédita, no vivida por muchos hasta hoy. Este “enemigo” genera, entre una multiplicidad de afectos y sentimientos, un profundo desvalimiento y desamparo psíquico. Asimismo este escenario se transforma minuto a minuto alterando lo más constante que tenemos: nuestros hábitos.
Podemos pensar que ya no hay refugio donde poder ir en el mundo, el cual dejó de ser un lugar seguro. Lo social/contextual invade las subjetividades y ante esto cada persona construye una respuesta singular.
Me gustaría detenerme en un rasgo do este nuevo panorama que nos asola: el exceso. Con esto me refiero al exceso de información, de datos, de consejos, de videos, tutoriales, de humor, de hiperconexión, y por supuesto al desborde propio de la angustia y la ansiedad: el desborde subjetivo. Es algo de este excedente el que instaurará “nuevos síntomas” en los sujetos o aún más será aquello que saque a relucir lo que ya anida en cada uno de nosotros. Es por esto último que veremos cómo se exacerban miedos, pensamientos de distinto calibre, la incertidumbre se refuerza, la tristeza aflora explotando en lágrimas, la nostalgia se reactiva corriendo en búsqueda de los recuerdos perdidos, la soledad se presenta en lo cotidiano, y por qué no una cuota de desesperación…
Nos aconsejan que poco a poco aprendamos a vivir con este agente, el virus. Aquí la pregunta reza: ¿Qué lugar, estatuto, darle a este nuevo integrante del planeta dada su cualidad de presencia constante? Cuando en psicoanálisis hablamos de un real que se presenta elijo describirlo como aquello que golpea siempre en el mismo lugar, con el mismo sonido y en un mismo compás de tiempo. Es lo que no enlaza.
Generar nuestros propios espacios, en los intersticios, es generar nuestra política de resistencia y por qué no de disidencia. Una estrategia es ser “pacientes”, es decir, tenernos la suficiente paciencia para poder expresar aquello que nos aqueja, vía la palabra, generando espacios significativos y enlazados para cada cual. El confinamiento pone en el tapete las variables de tiempo y espacio, las cuales se redefinen, se alteran, mutan: los espacios se achican y se circunscriben, se demarcan mientras que la relación con la temporalidad admite variantes tales como el tiempo detenido y que se alarga hasta la noción de un tiempo veloz, agitado, precipitado que se acorta. Aquí el desafío vía el lazo de la palabra para pasar del “algo tengo que hacer” al “tengo algo para decir”. Se trata de instalar “otro tiempo” para pasar del riesgo subjetivo a la emergencia de un sujeto “conmovido” – es decir, con movimiento.
Julieta Portaluri es Lic. y prof. en Psicología.