Entrevistas

15 DE OCTUBRE DE 2019 | MÁS ALLÁ Y MÁS ACÁ DE LAS NEUROSIS

Psicoanálisis extramuros para el abordaje de sujetos contemporáneos

Entrevista al psicoanalista Hugo Lerner, quien le hace una advertencia al mundo psicoanalítico: “abramos nuestras compuertas a otros conocimientos de extramuros, a la inter y la transdisciplina.”

Por Lic. Prof. Carolina Duek
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-¿Qué hay más allá de las neurosis?

-Ya Winnicott comentaba, que él no se había propuesto seguir indagando en el campo de las neurosis porque consideraba que Freud ya había elaborado mucho al respecto, por lo tanto, el se abocaría fundamentalmente a los trastornos más graves, que son los casos en que han sido conmovidos el yo y el narcisismo. A mi me sucede lo mismo: estoy más interesado en los cuadros en que se encuentra sacudido el narcisismo. Por otro lado, según mi experiencia, las alteraciones en este terreno son las que componen la demanda más intensa y extendida en la consulta actual.
Por otra parte, explorar el concepto de narcisismo posibilita forjar espacios de reflexión acerca de los intereses y problemáticas, tanto teóricos como clínicos, que la práctica plantea en la actualidad. Dentro de estas problemáticas, las patologías hoy más frecuentes —los cuadros depresivos, las organizaciones fronterizas, las adicciones, así como las problemáticas actuales que cuesta ubicar en una nosografía, como la clínica del vacío, los adolescentes ni-ni (ni trabajan-ni estudian), solo para citar algunos ejemplos— son todas ellas derivaciones de los llamados trastornos narcisistas.
El hombre contemporáneo está básicamente acosado por búsquedas que le permitan encontrar equilibrio en su narcisismo, en atender cómo nutre su autoestima, en ver cómo se acomoda a este contexto sociohistórico que nos envuelve, por momentos impredecible, turbulento y atravesado por la fluidez como tan bien describió Bauman.

-¿Cómo surgió el título del libro?
-En los últimos años he dictado diversos cursos y he escrito trabajos con especial énfasis a las problemáticas contemporáneas. El común denominador de estos recorridos han sido temáticas relacionadas a un psicoanálisis actual, con prácticas reales. En este libro mi ambición es generar espacios de reflexión acerca de los intereses y problemáticas que la clínica instala en la actualidad. Pretendo generar discusiones y aperturas sobre lo que nos convoca cada vez más en nuestras prácticas actuales: el dolor humano, la subjetividad contemporánea, los sufrimientos, la importancia del contexto sociohistórico en la producción de subjetividad, las adolescencias actuales, las organizaciones fronterizas, las patologías del vacío, etc.
Creo que esto explica el por qué de: Más allá de las Neurosis y el subtítulo La práctica psicoanalítica convulsionada.

-¿De qué manera interpela al psicoanálisis?
-No se si interpela al psicoanálisis pero sí a los psicoanalistas que aún defienden la “pureza” del psicoanálisis como si se tratara de un “ejemplar de pedigrí” que “cruzado” con otras disciplinas perdería su pureza. Este psicoanálisis es al que yo responsabilizo, no de la muerte de nuestra disciplina, pero si de sus heridas, parálisis y retrocesos.
En general, la ortodoxia se ha colocado en portavoz oficial del psicoanálisis, y ha pretendido forzar a los insurrectos e insumisos a la aceptación. Esto no sólo no hizo languidecer los proyectos de un psicoanálisis renovador, sino que actuó como un estímulo para este último, no permitiendo que fuera arrasado por el “buen psicoanálisis”. En todo caso, ya a esta altura responde con una amplia sonrisa a sus adversarios dialécticos agradeciéndoles los servicios prestados.
Sea por inercia mental o por simple acostumbramiento, los guardianes de la pureza aspiran de un modo inconfesable a que retornen las viejas coordenadas (hay un movimiento internacional que avala esta hipótesis), para luego acomodarse en el living y señalar desde lejos la “muerte del psicoanálisis”, en la apacible comodidad de lo meramente declarativo y testimonial a salvo por supuesto de cualquier compromiso. Este mecanismo es, como diría Freud, “un verdadero cultivo” de pulsión de muerte: repetir sin recordar, y actuar obsesivamente con vistas a nuestro quebrantamiento. Por fortuna, ya hace tiempo que muchos colegas se han corrido de sus convicciones cuasi-religiosas (muchas veces guiados por temores superyoicos) y han abierto las puertas a otros saberes.
Mi intención es hacer una advertencia al mundo psicoanalítico, y a la vez plantear un llamamiento: Para entender más acabadamente al sujeto contemporáneo, abramos nuestras compuertas a otros conocimientos de extramuros, a la inter y la transdisciplina. Si no lo hacemos: ¿como podremos discernir los nuevos vínculos, las nuevas parentalidades, las neosexualidades, el lugar que ocupa la tecnología, etc.?
-¿Cuán diferente es la adolescencia actual de la descrita por Freud?
-Ante todo deberíamos aclarar que Freud no ha abordado específicamente a las adolescencias, él se refería a los jóvenes como ser cuando expone sobre Dora.
Según F. Dolto antes de 1939, la adolescencia era descrita por los escritores como una crisis subjetiva: uno se revelaba contra los padres y las obligaciones de la sociedad, en tanto que, a su vez, soñaba con llegar a ser rápidamente un adulto para hacer como ellos. Continúa esta autora afirmando que después de 1950, la adolescencia ya no es considerada como una crisis, sino como un estado. Esta autora ubica la instalación del concepto adolescencia como lo entendemos hoy, después de la finalización de la segunda guerra mundial.
Los adolescentes actuales con dificultades para estructurar un proyecto identificatorio (Aulagnier), con subjetividades turbulentas, nos enfrentan al imperativo de apartarnos de los posicionamientos dogmáticos y de “verdades” que clausuran las interrogaciones.
Una atractiva proposición es la de abordar la adolescencia como producción socio histórica. Las sociedades primitivas no tenían nuestra noción de adolescencia, sino que ejecutaban ritos de iniciación que, al ser transitados por los jóvenes, quedaban a partir de ese acto ubicados como adultos, con todos los deberes y derechos que ese atributo conllevaba. Parecería que los pueblos primitivos no concebían la adolescencia como un período de la vida colmado de tempestades, convulsiones y tensiones, como lo caracteriza nuestra concepción.
En culturas no occidentales y urbanas, la vida de los jóvenes no está tan acosada por demandas, indagaciones, expectativas. La adolescencia consistiría en un fenómeno propio de determinadas formaciones sociales occidentales, específicamente de las sociedades capitalistas urbanas; también sería, de alguna forma, un efecto de su modelo económico de producción y distribución del trabajo. Por lo tanto, no es extraño que se afirme que los pueblos primitivos, así como algunos sectores sociales (el campesinado o algunos grupos socialmente vulnerables) se sustraerían de la adolescencia. Para algunos autores (Dolto entre otros), la adolescencia es casi una cuestión exclusiva del mundo occidental.
Hay que considerar, aunque resulte obvio, que no es lo mismo un grupo de adolescentes de barrios carenciados que otros de clase media y universitarios.
Se suele hablar de la crisis de identidad en la adolescencia; concuerdo en que hay crisis en tanto es una etapa generalmente tumultuosa de la vida. En tanto producción cultural, la adolescencia interpela explícitamente la condición de ser expresión de la cultura, escenificando el nacimiento del sujeto adulto. Y es en esta construcción que va deviniendo, en este nacimiento, donde hallamos a los adolescentes en crisis, porque hay cambio, hay o no oportunidades de establecer un proyecto identificatorio que les constituya un ideal del yo que no repita "el modelo" parental que hasta ese momento prevalecía y del cual se quieren apartar.
El adolescente se halla inmerso en la interpelación de su reordenamiento biológico, que lo lleva a una muerte y duelo de su cuerpo y de su universo infantil, pero con la expectativa de un nuevo nacimiento y el atractivo de conquistar un universo distinto.
El sujeto es convocado a ocupar otro lugar y deberá ejecutar este pasaje doloroso, transita un duelo. Duelo por la dimensión de pérdida y de abdicación. Duelo por crecer. Y este pasaje no es armonioso ya que crecer y saltar a otra etapa es romper, es desgarrar la construcción identitaria que hasta ese momento le resultaba tan firme.



-¿Cómo caracterizaría su práctica clínica?
-Desde los comienzos de la práctica psicoanalítica hasta nuestros días han variado mucho las concepciones teóricas; por lo tanto, la técnica debería haber acompañado estos cambios. ¿Fue así? Y en caso que no haya sido así, ¿no funcionará la técnica, el modo en que se practica, como la sostenedora de algunos modelos teóricos, como un gendarme que vigila una teoría necesitada de cuidar sus fronteras en un intento de “cuidar la pureza”?
Los analistas “obedientes” se congelan detrás de una “técnica con una práctica verdadera” y se alejan de la téchne, del arte creativo. La “técnica verdadera” conlleva el peligro de convertirse en ritual, de producir un vaciamiento de sentido. Me arriesgo a pensar que si el analista se ve compelido a cumplir a ultranza con lo que se ha establecido que debe hacer (en general son “mandatos” que emanan en ciertas instituciones), esa observancia lo aleja inevitablemente de Freud. En sí mismo, esto podría no ser un problema, ya que Freud tal vez estaría de acuerdo en que nos alejemos de él y lo cuestionemos. Lo más grave es que de ese modo el analista se aleja de la singularidad de cada paciente y de la necesidad de realizar un trabajo creativo, lo cual supone crear una técnica, una práctica a la medida de cada paciente en vez de tratar de cumplir con algún concepto “oficial”. La “obediencia” del analista a los preceptos técnicos lo aparta de la téchne.
De acuerdo con esto, la idea de funcionar como un espejo, por ejemplo, quedaría degradada. El analista, incluida su persona y el enfoque técnico que usa, forma parte constitutiva del campo analítico que se genera, y que será diferente con cada paciente. La vieja idea positivista de que ni el observador ni la técnica que emplee deberían influir en el campo de observación es abandonada y cede su lugar a la idea de un observador generador, productor de subjetividad dentro del proceso terapéutico.
Planteo que se debe tener libertad creativa en el proceso analítico y postulo que debemos alejarnos de toda tentación de establecer pautas “religiosas” rígidas, sacras y ritualizadas. Debemos saber que ser, como dice G. Steiner “nostalgiosos del Absoluto” nos llevará a encerrarnos en nuestra disciplina y a una repetición esterilizante.
Tal vez pueda pensarse que lo que estoy planteando cuestiona, por ejemplo, la noción de encuadre. No es así. Personalmente me siento más cómodo manteniendo muchos aspectos del encuadre, e incluso considero que esto concuerda con la teoría del psiquismo que uso, la cual tiene una fuerte impronta winnicottiana. Todos saben la importancia que este autor concedió justamente a la noción de encuadre y a la necesidad de mantener un medio estable, confiable y previsible.
Pero debo hacer una aclaración: no con todos los pacientes se crea el mismo encuadre. Como ya lo he señalado en varias oportunidades, el encuadre es lo producido por el encuentro intersubjetivo. Con un paciente actuador trataré de que las pautas horarias se mantengan más firmes, mientras que con uno que presenta características obsesivas la preocupación pasará por otro lado. Pienso que algunas pautas del encuadre pueden ser un dispositivo eficiente en la medida en que ciertas reglas del juego analítico sean “elegidas” o “coconstruidas” con el paciente. De esta manera, el encuadre pierde el carácter de algo sagrado que debe preservarse a ultranza, y se renuncia a la idea de que hay una sola forma de establecerlo.
Por supuesto, se debe reconocer que en el establecimiento del encuadre y en su conservación siempre tiene lugar algún ritual, pero dentro de este “ritual” lo importante es que las metáforas estén vivas y que el “ritual” tenga sentido y dé sentido. Cuando algún elemento de la técnica, como el encuadre, se desvitaliza, aparece la policía del ritual que paraliza y vacía de sentido. En esos casos, esta ritualización, a veces convertida en sacralización, parece venir a justificar la desvitalización y la ausencia de producción de sentido y de subjetividad. Entonces deja de ser creativa.
Las teorías están dejando de ser productos rígidos que emergen de causalidades fijas e inamovibles, determinadas. Ahora el determinismo ha sido cuestionado y las teorías están abiertas al azar, a lo nuevo, al acontecimiento. Desde esta perspectiva, presuponer que la práctica psicoanalítica derive de un conjunto de leyes determinadas por otro conjunto de leyes superiores nos sumerge en un psicoanálisis cerrado, alejado del pensamiento complejo que la contemporaneidad nos exige adoptar.

Hugo Lerner. Médico Psiquiatra y Psicoanalista. Premio Konex al Mérito en Psicoanálisis 2016. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Vicepresidente de la Fundación de Estudios Psicoanalíticos. Profesor invitado de posgrado en diversas instituciones y Universidades nacionales y extranjeras. Autor y Compilador del libro: “Psicoanálisis: cambios y permanencias”. Coautor de: “Adolescencias: Trayectorias Turbulentas”. Autor y compilador de “Organizaciones Fronterizas – Fronteras del Psicoanálisis”, Autor y Compilador del libro: “Los Sufrimientos. 10 Psicoanalistas – 10 Enfoques”. Coautor del libro: “Adolescencias Contemporáneas. Un desafío para el Psicoanálisis”. Coautor del libro: “De pánicos y furias. La clínica del desborde”. Coautor del libro: “Problemáticas Adolescentes. Intervenciones en la clínica actual”.

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