El tema que da lugar a la conferencia de Colette Soler llamada “Afectos lacanianos” es la presentación del libro con ese mismo nombre que surge a partir del curso que dictara en Argentina en el 2009 ( lea la nota aquí).
En aquella oportunidad, tal como ahora, fue invitada por el Foro Analítico del Río de La Plata.
Esta vez se trata de la presentación del libro pero, como siempre, Colette Soler, nos acerca sus últimas reflexiones y por eso el subtítulo de este encuentro es “Amor y odio en Lacan” así que era de suponer que con algo nos iba a sorprender.
Antes de pasar a lo tratado durante la conferencia, permítanme una pequeña reflexión: es raro que Lacan hable de sentimientos ya que éstos son para él engañosos por su misma naturaleza. Lo que no engaña en cambio, dice Lacan, es la angustia, el afecto fundamental que es, como sabemos algo así como la brújula de nuestro trabajo analítico.
Tanto el amor como el odio han sido muy desarrollados por Freud en sus trabajos de consejos clínicos refiriéndose específicamente al amor y el odio en la transferencia, es decir, el amor como aquello que, en la transferencia positiva puede propiciar el trabajo asociativo así también como en su otra vertiente, la de la transferencia negativa, tanto el amor como también el odio pasan a obstaculizar el trabajo analítico. Ahora bien, Lacan a partir de introducir el concepto de “Sujeto supuesto Saber” piensa a la transferencia como amor… amor al saber y entonces, es por querer saber de eso que le aqueja que el paciente se analiza.
El análisis de un paciente se lleva adelante poniendo el cuerpo del analista, esto es soportando la transferencia con el propio cuerpo y así tienen lugar toda una serie de fenómenos que no podrían darse sin la presencia física del analista. Si tenemos en cuenta estas cuestiones no es para quedarnos solo con ellas sino porque sabemos que en ellas, hay mucho del paciente y entonces serán puestas al trabajo analítico.
Ahora bien, si bien es cierto que Freud conceptualizó la transferencia negativa como el odio del paciente, Colette Soler, en su conferencia, se ocupó de destacar el odio como contrario al saber, y entonces, sería imposible pensar a la transferencia y al odio juntos ya que el odio, a diferencia del amor, no quiere saber nada. Sí encontramos hostilidades pero no un verdadero “odio de transferencia” ya que el odio es “destransferencial”. Una característica propia del odio es su solidez, el odio sólido no fluctúa, la hostilidad de un paciente, en cambio, puede fluctuar.
Ahora sí ocupémonos del tema central tratado en la conferencia que es el amor y el odio o el “odioenamoramiento” -como lo nombra Lacan-. Se suele creer que se trata de contrarios, de opuestos, no obstante, dice Colette Soler, el odio es la continuación del amor, cuando se produce la decepción del amor. El odio es entonces, el desenlace inevitable del amor.
En el amor se apunta a la unión con el partenaire, a la ilusión de completud del sujeto con su partenaire, en definitiva, a obturar la falta en ser, constitutiva del hablante. El odio, todo lo contrario, lo que hace es resaltar la diferencia, pone de relieve la no relación sexual que el amor intenta velar. Se trata de esa diferencia dada por lo singular del goce de cada uno y que no genera lazo social porque se trata de un goce solitario. Pues bien, es esa diferencia la que quien odia no puede dejar de ver y rechaza. A esta singularidad propia del goce, Colette Soler la nombra con Lacan como la unanidad del sujeto. Es la crudeza de esa diferencia lo que hace imposible el lazo entre los goces.
Ahora bien, ¿qué quiere decir que el amor apunta a la falta en ser? Implica que no se ama al prójimo por sus virtudes sino por sus fallas, el mérito no sirve para ser querido, sépanlo. En el amor de lo que se trata es de obturar el hecho de que, como dice Lacan, no hay relación sexual, es decir, que no hay complementariedad de los sexos, o mejor dicho, lo que escuchamos todo el tiempo en la clínica y en la vida cotidiana, que siempre hay cortocircuitos en las relaciones entre los sexos y que el alma gemela no existe. Si lo que despierta el amor por el partenaire es su falta es porque en el amor se trata del reconocimiento del modo en que el partenaire se encuentra afectado por los efectos del saber inconsciente. De este modo, el amor testimonia que no hay relación sexual.
A diferencia del amor que se dirige a la falta del otro, el odio se dirige al ser del otro, al ser de goce. Como sabemos, el amor genera lazo mediante no querer saber nada de la diferencia con el otro, partenaire. El odio, en cambio, rompe todo lazo porque el goce, es solitario. El goce se trata de lo más singular y solitario del sujeto, el hablante goza solo porque no hay alianza de goces y entonces no hace lazo. En este sentido -dice Colette Soler- el amor es ciego, el odio es más lúcido. No obstante, los dos tienen algo en común: la soledad. En el amor, existe la ilusión de las dos almas gemelas que se encuentran y se fusionan, pero en cuanto entra en escena el goce de cada uno, se rompe la ilusión de unidad porque el goce no puede hacer de dos, uno. Y entonces, al decir de Colette Soler, “Si el amor pudiera reconocer la unanidad del otro, no habría el drama del amor”.
Así y todo ¿qué sería de la vida sin los dramas del amor?
Colette Soler se formó como psicoanalista con Jacques Lacan y es doctora en Psicoanálisis por la Universidad de París VII. Entre sus obras se cuentan La repetición en la experiencia analítica, Estudios sobre la psicosis, Finales de análisis, La maldición sobre el sexo, Lo que Lacan dijo de las mujeres y, en colaboración con otros autores, El decir del analista