Entrevistas

10 DE MARZO DE 2011 | ENTREVISTA A ANDREAS HUYSSEN

Modernismo después de la Posmodernidad

En esta entrevista Andreas Huyssen retoma algunos hilos de su último libro, Modernismo después de la Posmodernidad, con los que contribuye a comprender la genealogía del presente global. Sus reflexiones sobre el mundo mediático, el rol de la historia, el arte contemporáneo y los cambios en la percepción que hoy tenemos del tiempo y el espacio, vislumbran el rumbo que toma el siglo XXI.

Por Mónica Prandi
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El actual debate entre los intelectuales vuelve sobre el Modernismo. Que se comience a pensar un Modernismo después de la Posmodernidad, nos enreda en un orden secuencial sobre el que hace falta decir algo.
Cuando Andreas Huyssen se expresa al respecto, reconoce el ordenamiento histórico de las discusiones, donde el discurso de la posmodernidad había destronado las ideas del modernismo y la modernidad, pero su visión apuesta a quebrar esa linealidad y se interesa en entrelazar una nueva trama. Fundamentalmente aporta una perspectiva en la que el Modernismo es un significante que retorna novedosamente, a partir de incluir en él lo que queda y se transforma de los discursos anteriores.




El Modernismo en el siglo XXI se lee como trayecto recorrido entre el pasado y la actualidad pero, para Huyssen, lejos de reducirse a un proceso se ponen en juego las inter -conexiones que nos introducen en el espesor de la realidad. Así, ubica al Modernismo en un campo geográfico más abarcativo que el que tradicionalmente se refería a Europa y los Estados Unidos y es perceptivo de las nuevas configuraciones que se dan a partir de cómo la simultaneidad en que vivimos, afecta nuestro registro del tiempo.
El pensamiento de Andreas Huyssen hace distinciones agudas y ubica una genealogía de los hechos no para fijar allí un sentido, sino para fortalecer la dinámica de las relaciones. Una lógica de inclusión que deja convivir la idea de estabilidad y cambio y a la que conviene estar atentos para situar los marcos de referencia que permiten elucidar los acontecimientos.

En la entrevista, Andreas Huyssen retomó sus reflexiones esenciales, puso matices a algunos de los tópicos de su trabajo y nos dejó saber cómo imagina el futuro.

-El discurso actual entre los intelectuales marca un rumbo para el siglo XXI que parece dejar atrás las ideas del posmodernismo. ¿Retorna el debate sobre el modernismo?
-No estoy seguro si se trata de dejar atrás las ideas del postmodernismo. El pensamiento posmoderno ha sido productivo de muchas maneras y forma parte de nuestra cultura de auto-conocimiento en áreas como la cultura clásica y la cultura popular, la comprensión de la narrativa histórica, el género y la sexualidad, la raza y las teorías del otro. El problema con el posmodernismo parece estar en otra parte. En el debate posmoderno de los años ´80s en los Estados Unidos, el modernismo fue relegado al basurero de la historia. Igual sucedió con la modernidad ilustrada, que fue interpretada por el post-estructuralismo como el terreno del
genocidio, las dictaduras y, usando una palabra clave de la época, el falocentrismo. Ambas críticas se excedieron. Sin embargo, a partir de los noventa, ha habido un notable resurgimiento del interés por los aspectos del modernismo/modernidad que habían sido sumergidos en codificaciones de la Guerra Fría y que ahora pueden ser leídos con la ayuda de nuevos modelos teóricos, incluyendo variantes del mismo posestructuralismo. En los años ochenta yo sostenía (y todavía lo hago) que más que ser un punto de partida del posmodernismo, el posestructuralismo ofreció una genealogía del modernismo estético. En todo caso, hoy tenemos un debate sobre modernidades alternativas, la modernidad global y el reconocimiento de que gran parte de la producción artística más interesante de hoy, surge de las ruinas del modernismo y del avant-gardism de tiempos pasados. El posmodernismo nunca dejó atrás las ideas modernistas sino que las transformó críticamente. Es probable que lo mismo esté sucediendo con aquello que consideramos como típicamente posmoderno en los años ochenta y noventa.

-La globalización es un momento histórico que no está incluido dentro de lo que conocemos como la era moderna. ¿En qué sentido este concepto de modernismo nos ayuda a entender el discurso de la globalización?
-Para mí, la globalización es precisamente un aspecto de lo que Appadurai ha llamado la modernidad en general, y no debería ser considerada como algo radicalmente nuevo. Lo que hoy en día llamamos “globalización” no es más que otra etapa en el largo trayecto de la modernidad. La semántica es nueva, la realidad no tanto. Hay historiadores económicos que señalan el hecho de que ya el final del Siglo XIX era económicamente tan global como nuestro propio tiempo, aunque, posteriormente, la globalización tomó diferentes formas financieras, políticas y culturales. Basta pensar en los grandes acontecimientos culturales de la segunda mitad del siglo XIX, como las famosas Ferias Mundiales, para darnos cuenta que lo que hoy llamamos globalización avanzaba a buen ritmo ya desde esa época, solo que fue entorpecido por dos guerras mundiales y la posterior Guerra Fría, que dividió al mundo en bloques. Al reflexionar sobre la historia de la modernidad, con sus proezas coloniales, evoluciones desiguales y asimetrías de poder, el fenómeno de la globalización se puede ubicar en un contexto mucho más amplio y más profundo del que la memoria a corto plazo de nuestro tiempo nos permite. En la era de los nacionalismos feroces de los regímenes totalitarios hostiles, fue el internacionalismo vibrante de las artes, que conocemos como modernismo, el que proporcionó un necesario contrapeso. El hecho de que también eran modernistas radicales de derecha (Céline, Jünger, Pound) se suma al resurgente interés actual en esa fase histórica. Examinar el modernismo puede ayudarnos a entender la genealogía del presente global. Y sigue siendo fundamental para entender el arte contemporáneo y el mundo mediático.

-En su nuevo libro, que por el momento sólo existe en español, usted declara que el modernismo después del posmodernismo abre un nuevo campo geográfico totalmente nuevo…
-Efectivamente. A lo largo de las décadas posmodernas, el debate sobre el modernismo siempre estuvo limitado, geográficamente, a la región Transatlántica del Norte, eventualmente con algunas ramificaciones en América Latina. Se limitó siempre a los países "occidentales". Incluso el debate de la posmodernidad, a pesar de su crítica a la Ilustración y el eurocentrismo, siempre fue, en sí mismo, muy euro céntrico. La cuestión de cómo las regiones no occidentales del mundo negociaron el colonialismo, la ilustración, la modernidad, nunca fue parte de la discusión. Lo fue sólo con el aumento de los estudios postcoloniales que, siendo también 'post', compartieron en un principio con el posmodernismo el desdén, o al menos la falta de interés, por el modernismo. El modernismo era considerado blanco, masculino, autoritario, y euro céntrico. Esto ha cambiado: ahora tenemos un creciente interés en ésas otras geografías del modernismo – modernismo en la India, en Shanghái, en Japón, en África e incluso en los países europeos "periféricos" - todos los cuales fueron tocados y transformado por un capitalismo siempre en expansión, por el colonialismo, y por la modernidad occidental metropolitana. Después de todo, no hay metrópoli sin colonias, no hay colonia sin metrópoli.

- Vivimos actualmente en un mundo en el que los conceptos tradicionales de tiempo y espacio se han alterado. Como consecuencia, no es del todo claro lo qué es local o nacional, ya que siempre está afectado por lo global. ¿Cómo entendemos hoy en día categorías como el tiempo y el espacio?
-Es difícil decir algo significativo en el marco de una entrevista acerca del cambio en los conceptos y percepciones del tiempo y el espacio. Por supuesto, se ha hablado mucho acerca de cómo el "giro espacial" está relacionado con la posmodernidad. Pienso que las percepciones del tiempo y del espacio están experimentando una trasformación que es aún difícil de definir por los medios de comunicación contemporáneos y las sociedades de consumo. Un fenómeno evidente es que la idea de los futuros utópicos, tan en boga en la modernidad del Siglo XIX y principios del XX, está pasando por tiempos difíciles. En lugar de ocuparse de proyectar hacia el futuro, nuestra cultura está obsesionada con la memoria y la conmemoración de todo tipo de pasados, a veces justificadamente, a veces a modo de explicación. El espacio, a su vez, dejó de ser principalmente un espacio nacional con fronteras seguras e identidades culturales homogéneas. Esto no quiere decir, para nada, que el espacio real se haya transformado en espacio virtual, como predijeron algunos entusiastas en la década de los ´90s. Hay espacios muy reales de nuevas diásporas y migraciones que desafían las fronteras e identidades existentes. El espacio real se transforma cada vez más en espacio urbano y ex-urbano - por ejemplo, el desarrollo urbano en el Pearl River Delta en China- y coexiste con el espacio virtual de los nuevos medios. A diferencia de las generaciones anteriores, vivimos simultáneamente dentro registros espaciales y temporales diferentes. Los medios de comunicación juegan, en efecto, un papel crucial en esta transformación. Lo que David Harvey describió como la compresión moderna de tiempo y espacio desde el siglo XIX se ha convertido en una combinación de la compresión y expansión del tiempo y el espacio. La accesibilidad instantánea a otros tiempos y a otros espacios a través del Internet, i-tunes, y la cultura cinematográfica de DVD, han suavizado las fronteras del tiempo y el espacio, antes tan estables. Los escenarios visionarios y apocalípticos que acompañan a estas transformaciones requieren de una investigación mucho más específica antes de que alguien pueda determinar con seguridad su verdadero alcance. Este tipo de investigación deberá combinar las ciencias sociales empíricas y las herramientas interpretativas de las humanidades, para construir un modelo que nos permita leer el espacio temporalmente y comprender las dimensiones espaciales del tiempo.

-En este nuevo enfoque para abordar lo que es multidimensional y diverso en el proceso de pensamiento humano, ¿qué queda del observador teórico y desapasionado que aprehende el conocimiento?
-Por supuesto que la noción del observador distante y desapasionado ha sido cuestionada, con mucha razón, principalmente en las ciencias sociales y las humanidades. El observador imparcial es un mito cultural que sirvió de fundamento a los reclamos de objetividad de las ciencias sociales y humanas. Pero incluso si aceptamos que el conocimiento se construye social e históricamente, es necesario reconocer que el acercamiento a la verdad debe ser la meta del conocimiento. Por lo tanto, yo no diría que reconocer la posición y el interés por el conocimiento de cualquier observador excluye la observación desapasionada de forma binaria, de tal manera que uno parezca objetivo mientras que al otro es tildado de subjetivo y supeditado a lo temporal. Algunos de los mejores observadores desapasionados fueron guiados por pasiones, incluso por obsesiones, que hicieron posible el nuevo conocimiento.

-Al investigar sobre los modernismos comparativos en el escenario de la globalización, ¿a qué nuevos problemas nos expone?
-No creo que todos los problemas sean novedosos, pero el nuevo marco de referencia, mucho más amplio, ofrece múltiples constelaciones en las que los debates de (in) traducibilidad, apropiación vs apropiación inversa, alto vs bajo, tradición vs modernidad, medios de comunicación híbridos vs pureza mediática, pueden generar modelos para considerar, no para definir, lo que podría significar hablar de un modernismo mundial en las artes o en la literatura.

-Su obra marca una diferencia importante entre la historia y la memoria. ¿Cómo se desarrolla la historia hoy? ¿Por qué ya no es lo que solía ser? ¿Qué atraviesa el debate actual entre la historia y la memoria?
-Marcar la diferencia fue importante en un momento en que los estudios sobre la memoria estaban en el proceso de establecerse como una parte vital de la historiografía. Hoy la mayoría de los estudiosos reconocen que la historia, -es decir la historiografía- y la memoria pueden, de hecho deben, trabajar en conjunto y complementarse. La memoria sin la historia es auto-indulgente y justifica los ataques contra el narcisismo de la cultura de la memoria que algunos han esgrimido en los últimos años. Abundan los ejemplos en los cuales, ya sea la historia o la memoria, ha tenido efectos políticos o sociales ya sean beneficiosos o insidiosos. Del mismo modo como el olvido y la indiferencia pueden ser debilitantes o reafirmar la vida. Lo que me interesa más es, de hecho, la cuestión de la evolución del papel de los estudios de la historiografía y la memoria en relación con su responsabilidad hacia la nación o hacia el mundo. ¿Qué significaría escribir la historia global? No me refiero a lo que Schiller llamó a la manera de finales del siglo XVIII "Universalgeschichte", sino a algo muy diferente. La historia del mundo ha existido como concepto durante mucho tiempo, al igual que la literatura mundial. Pero realmente no sabemos lo que son ya que se están transformando ante nuestros propios ojos.

- Los casos de Alemania y Argentina que usted ha investigado tan a fondo, demostraron que la memoria y el olvido tuvieron un papel fundamental en la transición entre la dictadura y la democracia. ¿Qué papel jugó el olvido en estos casos?
-Por lo general, el olvido se plantea como el mal en la lucha contra el bien, que es representado por la memoria. En mi análisis del discurso de la memoria alemana y argentina después del Tercer Reich y la dictadura militar, respectivamente, traté de desarrollar el concepto del olvido progresivo que permitió a las sociedades alemana y argentina superar un pasado de trauma y terror. Una vez más, mi punto es reconocer el potencial dialéctico en cada uno de estos fenómenos y la manera en que están vinculados, sin poder prescindir uno del otro. El olvido políticamente progresivo -la evasión del bombardeo a las ciudades alemanas y de los crímenes de la guerrilla urbana en la Argentina-, puede ser el tercer término necesario en este trío de lo bueno, lo malo y lo feo.

- La globalización implica el proceso de destrucción y de creación y usted se detiene a reflexionar en la connotación que tienen las ruinas en estos contextos. ¿Cuál es su lectura sobre el deseo nostálgico que acompaña el culto a las ruinas?
-El economista austriaco Joseph Schumpeter popularizó la noción de que la destrucción creativa fue el motor que impulsó a las economías capitalistas y garantizó el progreso a largo plazo. Yo crecí en plena fase caliente de la Guerra Fría, cuando la destrucción destructiva, a pesar de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD por sus siglas en inglés), era una posibilidad real, tal vez incluso un resultado político probable de la confrontación nuclear. Entonces vino el “triunfo” del capitalismo, seguido por una etapa de euforia y delirios sobre el fin de la historia en los Estados Unidos. Para el año 2010 nos enfrentamos a una posibilidad muy diferente: que el ganador se convierta en perdedor. No es un concepto americano, lo sé. Yo trabajo como historiador cultural, no como un profeta, por supuesto. Pero me pregunto, después de las recientes catástrofes económicas, técnicas y naturales, Wall Street, Deeep Water Horizon, Katrina o Pakistán, ¿quién puede decir que no hemos entrado en otro período en el cual la destrucción destructiva es la amenaza crucial? ¿Qué clase de progreso, si acaso alguno, sugieren actualmente estos fenómenos destructivos? Soy profundamente pesimista.
En cuanto a la nostalgia por las ruinas ellas son prueba de durabilidad; durabilidad en decadencia, es cierto, pero durabilidad y trascendencia del tiempo y del poder. Así que la nostalgia por las ruinas, que después de todo no es un fenómeno nuevo, podría ser visto en nuestros días como una reacción al temor generalizado a la desaparición - la destrucción global.

-¿Qué posibilidades tenemos de imaginar otro futuro?
-Una economía sustentable en lugar de un crecimiento a toda costa; una política que favorezca la evidencia y el debate público y no las mentiras organizadas, las políticas de presión, y las grandes sumas de dinero; una cultura de la interconexión que aprecie las diferencias en lugar de considerarlas una amenaza. Hoy, todo esto es muy ilusorio. Pero casi siempre el acierto social y político ha sido una lucha abierta más que un logro.


Andreas Huyssen nació en Alemania en 1942. Estudió filología, literatura, filosofía e historia del arte en universidades de Alemania, Francia, España y Suiza, terminando su doctorado en Zúrich. Ha sido docente, investigador y catedrático en varias universidades norteamericanas. Actualmente es profesor de literaturas comparadas y literatura alemana en la Universidad de Columbia (Nueva York). Cofundador de la New German Critique, Huyssen es uno de los más destacados críticos actuales de la cultura. Su obra reflexiona sobre el arte, la literatura, el rol de los intelectuales, los conceptos de nacionalismo, la memoria y la temporalidad en las sociedades posmodernas. Ha publicado una gran cantidad de artículos, ensayos y libros, entre ellos Después de la gran división y En busca del futuro perdido. Modernismo después de la Posmodernidad, es el nuevo libro que Gedisa acaba de editar en Argentina.

Mas informacion:
Fuente: www.letraurbana.com

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