-Usted estableció una relación entre el narcisismo y el poder hegemónico. ¿Cómo llega a ligarlos?
-Cuando en el narcisismo lo único que importa es la propia imagen de prestigio, para seducir a la sociedad, el poder se pone al servicio de quien se inviste con esa imagen. Ese poder hegemónico engaña a todos, pues se hace pasar por benefactor. Es necesario reencontrar la vía del pensar como lo más opuesto a las complicidades con el poder de la ilusión, que es un poder vacío. Esa patología del poder requiere una urgente reflexión, porque dentro de ella hay genocidio. No solamente los genocidios explícitos, sino también los tácitos, como la miseria, el hambre, mantenidos como características de este beneficio del poder.
Hay una conexión entre el narcisismo y las formas de un poder hegemónico que se cierra sobre sí y va vaciándose a sí mismo. Es un poder que busca acumular poder y, en lugar de tener aspiraciones en función de proyectos que enfrentes problemas para resolver, se dedica a promover la creencia en la imagen que quiere dar. Es lo que evidencia la expansión del narcisismo en escala social.
Por lo general, se suele entender el narcisismo de una manera edulcorada, como amor a sí mismo. En sentido estricto, el mito de Narciso tiene que ver con un embeleso. La palabra en griego significa narcotizado. Narciso se narcotiza en un embeleso con su imagen, pero la imagen que aparece en el mito es el reflejo en el agua. La imagen es aquello que uno busca que otro refleje, para contar con el otro como un espejo de lo uno quisiera ver (al modo de una garantía de lo que se quisiera ser). Por este rodeo se produce una narcosis a través del otro, aunque el otro no queda menos narcotizado que el primero, porque es cautivo de esa imagen. El narcisismo está en todos, no es unilateral, va creciendo en un cultivo mortal al extremo de transformarse en un poder cautivante.
-¿Qué es lo que usted llama el poder imaginario?
-El poder imaginario es el que hace creer a la sociedad que le da lo que ella espera, y en ese juego especular sólo queda una ilusión.
Es un poder supuestamente confiable, que hace creer que las cosas son como la gente quisiera ver que son. Así entonces se genera colectivamente una realidad irreal, una fantasía. Cuando las sociedades entran en esta fantasía colectiva, se despiertan pasiones profundas y en especial una conjunción narcisista.
El camino de la imagen es fácil, pero más trabajoso es alcanzar a ser lo que se es por el camino de la lucha de reconocimiento. Es necesario analizar la diferencia fundamental entre reconocimiento y búsqueda de aprobación. El reconocimiento no consiste en buscar la aprobación del otro, sino la propia afirmación, aunque el otro no nos apruebe. De lo contrario, no existirían ni el arte, ni la filosofía, ni la ciencia, ni todas aquellas aventuras que van más allá de lo establecido.
Pensar significa romper con los prejuicios, es una manera de no dejarse engañar y para eso es indispensable romper con la fascinación de la ilusión. El poder imaginario acumula poder y apunta a dar existencia aparente a lo que no la tiene. Y la existencia no tiene ni demostración ni justificación: lo que existe, es. Ése es el derecho de la existencia. El poder por el poder mismo no representa a nadie, y ni siquiera se representa a sí mismo. Porque esa imagen del poder está hecha a costa de una doble sustracción: ni yo me afirmo como lo que soy ni reconozco al otro. Es un espejo que si no nos refleja como quisiéramos, lo rompemos. Así se hace cuando se invade la prensa o cuando se quieren controlar los medios, cuyas implicancias son varias.
Por un lado está el vaciamiento del poder, la tergiversación de la relación con el otro, el llevar todo al extremo mortal de hacer desaparecer a quien no cree que soy, como pretendo hacer creer. El otro diferente es, como decía Sastre, el enemigo. Porque no es dócil a la imagen que le quiero imponer. De ahí la exigencia a muerte de que el otro crea.
Ese poder que se hace cada vez mayor y compromete a todos, produce un efecto cautivante de mimetismo social. En la medida en que cada cual quiere seducir al otro con su imagen, todos se mimetizan. Lo cierto es que este mimetismo se expande a toda la sociedad y lleva a que todos se parezcan en lo peor, en el afán de seducir para dominar.
Actualmente esto ha tomado un carácter preeminente y riesgoso: el hombre-masa. Y se llega a ese efecto por la vía mediática de la compra y venta de la imagen. Hay una fórmula de poder negativista: en vez de resolver problemas, se crean problema para aparentar resolverlos y distraer la atención. Es una táctica suicida.
Podemos desentendernos de los problemas, pero los problemas no se desentienden de nosotros. Éste es el oscuro origen de lo que Freud llamó lo inconsciente. Es ese Otro, que queda lateralizado, descontado, pero que vuelve, retorna, porque nada de lo que no queremos ver deja de volver. Freud habló de la política del avestruz. Es el origen de la censura, que después adquiere a escala social todas las formas de la tecnología de la represión.
El poder imaginario se basa en el soborno y la extorsión: genera poder por medio de la complicidad. Es como el poder perverso. El que aprueba la imagen que yo quiero dar pertenece a los míos, el otro es un traidor.
-¿Qué es ser cómplice?
-Es un dividendo que arroja el poder imaginario. Yo tengo un poder si el otro respeta mi imagen y tiene poder si se mimetiza conmigo. Yo busco que el otro me apruebe en el sentido más amplio, y el otro busca que yo lo apruebe. Es la complicidad de las aprobaciones recíprocas y el fundamento del status criminal de una sociedad, porque cualquier cosa es válida. Sin pacto no hay ley. El Estado soy yo y la ley no es más que mi propio arbitrio. La complicidad es interior al narcisismo y la traición es su reverso. Porque si yo me hago cómplice de la imagen que tengo que dar para lograr ser aceptado, a la vez yo soy traidor de mí mismo respecto a ese otro que queda al margen y soy “yo”. Hay algo que tengo que descontar de mí para habituarme a la imagen que quiero dar al otro. Entonces, por un lado me hago cómplice del otro mediante la imagen que ofrezco, y exijo que los demás me reconozcan, y por otro lado soy traidor de mí mismo. Todo cómplice tiene como su reverso al traidor.
-¿Es posible pensar otras formas de poder?
-La otra forma de poder es la que busca el beneficio real de todos y no exclusivamente el propio.
Para que la política no se transforme en una compulsión mortal es necesario que sea representativa de los otros. No soy yo el absoluto, sino que yo represento a… El rey que cree ser rey está loco porque ha perdido el sentido del poder. No es sólo que ejerza el poder de manera extrema, sino que lo ha tergiversado. Pero la vía del anonimato de la representatividad es otra cosa. Hay una función que el poder narcisista olvida: que el poder no es mío, que yo “represento a”, que en cada caso yo estoy en lugar de. Hay una realidad, hay ideas, hay otros. Paradójicamente somos en estas tres dimensiones. En la política como “continuación de la guerra” ha predominado una representación de dominio. Hoy vamos avanzando en una expansión mortal. Cuando cada cultura no reconocer a otras, lo único que hace es alimentar su exclusión. No todo el poder tiene que ser narcisista. A la inversa, en todo poder se debe estar en guardia con respecto al narcisismo. Nietzsche decía que el poder aspira siempre a un plus de poder. No se limita simplemente a acumular más poder, sino que es un poder de ser más. Por eso el poder es creación que, como el arte, siempre crea algo nuevo. El poder se impone porque es el resultado de una lucha. Pero genera, crea cosas. El poder en este sentido es femenino, engendra. El otro poder, en cambio, el poder obsesivamente narcisista destruye todo. El estado que se hace soberano, aunque sea representativo, puede ser un estado aniquilador como el Tercer Reich. El gran problema es que sin ley, ni la justicia sirve. Porque supone algo: la ley que regula el derecho es el derecho de que todos sean iguales ante la ley. La ética del poder no se reduce a las buenas intenciones. La legitimidad depende de la autenticidad, de no ceder a la censura
-Tuvo el privilegio de haber sido alumno de Lacan. ¿Qué recuerdos tiene de esa época?
-El privilegio de haber sido discípulo de Lacan me permitió comprender más profundamente el pensamiento de Freud y la importancia del lenguaje como el dominio fundamental del hombre. Tengo el recuerdo de un gran pensador y de un hombre capaz de alentar la formación de aquellos a quienes consideraba sus discípulos. Lacan me concedió el honor de presentar mi libro “La otra escena de lo real” (“L´autre scène du reel”) en el Champ Freudien, la escuela que él dirigía, y asistir a la conferencia que con tal motivo pronuncié.
Guillermo Maci, filósofo dedicado a la investigación de la ciencia del Psicoanálisis y de Ciencias Sociales. Es investigador del Centro de Estudios Filosóficos de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Fue Director fundador del Instituto de Investigaciones en Psicoanálisis de Buenos Aires y actualmente es profesor asociado de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino.
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