Si observamos que el organon (los diez primeros seminarios) constituye la base que permite deducir, una decena de años después, la característica parasitaria del goce fálico −la faz sémica, casi visible, de la carencia propia del instrumento copulatorio−, que un grupo intermedio y metódico, cartesiano, de seminarios demuestra la no-relación (ligada al fracaso, la falla propia del acto analítico; o bien, al sujeto supuesto saber en tanto rechazo del sexo; o, aun, al Falo como significante fuera-de-sistema) y desprende desde allí el goce del Otro y, luego, la suplencia del sentido (en los discursos y las fórmulas de la sexuación; se trata en esencia de la lógica de la castración en estos cinco seminarios), debemos admitir que veinte años de enseñanza se simplifican y convergen en el nudo:
En efecto, sus intervalos recogen el goce fálico, el goce del Otro y el sentido. El trébol se recorta sobre el fondo del nudo: la triada R.S.I., y cada uno de los goces queda excluido de un registro.
Veamos, entonces, puesto que todo converge allí, la enseñanza del último y el “muy último Lacan” ─según la expresión de J.-A. Miller─ donde el nudo se despliega. El tramo final de la obra retoma el carácter de seminario en su sentido pleno. Y esto en dos vertientes: por un lado, se trata de una investigación relativamente abierta; por otro, encontramos intervenciones diversas, invitados que toman la palabra. Pero estos dos hechos no impiden seguir un hilo: la idea principal que se persigue, más allá de la síntesis que se produce y en correspondencia con ella, consiste en aislar la no-relación, lo real. Intentaremos aquí restituir la ilación de estos seminarios poniendo cierto énfasis en sus títulos.
El seminario XXI presenta definitivamente en sociedad, después de algunas dilaciones, al nudo borromeano. Para entrar en tema directamente recordemos que la no-relación queda ligada al (a) en tanto este simboliza el borde del nudo. Encontramos, una vez más y por última vez, el límite impuesto por la exclusión del sexo. Esta idea ─tan crucial como difícil de asimilar, no carece de antecedentes en los primeros seminarios: el secreto del psicoanálisis, decía Lacan entonces, es que no hay Otro del Otro─ termina de cernirse en Encore. El seminario XX podría perfectamente haber cerrado el ciclo. El sistema decimal prestaba su ayuda. Pero Lacan, poco inclinado a la debilidad mental, decide continuar y los temas ligados a la lógica, al borde real del lenguaje y su cifrado, se imponen, a la par de un programa teórico que gira hacia la matemática y el nudo. El (a) se inscribe en el punto central, donde la no-relación queda oculta y bordeada. Es la definición propia del nudo, que se equipara, por tanto, a la zona erógena freudiana. Resulta de aquí una simplificación importante en lo que atañe a este período: el lenguaje tapona el agujero corporal y produce esfera. Donde debería centellear el no-todo, la imagen del cuerpo y el anudamiento se imponen. Un cuerpo perforado, e impedido de gozar de sí, resulta atravesado por la lengua, a la que faltan los significantes del sexo. Las hiancias deslizan una sobre otra. La lengua y la zona erógena pretenden aparearse. Pero, en definitiva y más lejos, solo hay goce de lo real. Esta perspectiva representa, en buena medida, el estado actual de la teoría psicoanalítica. Los no incautos (les non-dupes), tomando partido por la histérica y hablando entre los muertos, manifiestan que el sentido subyacente es sexual. Y enuncian alguna conjetura sobre la materia en cuestión, a la que nadie responde y en la que terminan empantanados. Los nombres del padre (les noms du père), en la misma vena, sustituyen la no-relación. Dicho de otra forma: lo real obliga a suponer. Es necesario, por lo tanto, trabajar sin hipótesis, incautarse. Aun así −y, en parte, por esto mismo−, el clásico nudo de tres redondeles −comparémoslo ahora al inconsciente, o mejor, a la represión primaria, al agujero mismo del sexo− resulta prácticamente inoperable.
En R.S.I. , el seminario XXII ─R.S.I. son los nombres del padre, recordémoslo, en tanto velan el sexo─, un cuarto redondel, el síntoma, comienza a intervenir sobre el nudo (la prohibición del incesto, el agujero de lo simbólico, y el padre como elemento incondicionado que lo duplica, la nominación, constituyen un tema conexo). Y esto porque lo real excluye el sentido. Correlativamente, el síntoma conserva sentido en lo real. La práctica analítica encuentra así justificación (puede aplicarse a reducir el sentido). La expansión del goce fálico, ligada a la ex-sistencia, su anomalía, refiere al síntoma. La castración −que implica lo real del sexo− y el Nombre del Padre se encuentran en la no-relación; y esto pone en juego dos niveles: imposibilidad y prohibición, ausencia de relación y duplicación en el síntoma. En la teoría de Lacan, unos años antes, el goce fálico se independiza en la misma medida en que el instrumento copulatorio resulta negativizado por la subducción significante. El (a), bajo la especie de –φ, deviene causa del complejo de castración. Asimismo, la suplencia del sentido a la no-relación se había consolidado vía la F(x) de las fórmulas de la sexuación (la función fálica, aun la premisa universal del falo −como diría Freud−, es del orden del sentido; por eso abre, por debajo, a la significación: la ab-sens de la relación). El goce del Otro, por su parte, sigue al hecho de que el Falo no unifica los goces: distribuye dos sexos, pero no los ordena; volatiliza lo que el significante podría inscribir. Con el nudo, ahora, se aborda directamente y en cada una de sus aristas que el sexo no hace relación. Sin embargo, a primera vista asistimos a una inversión −una de las agudezas del nudo−: el goce fálico se adosa al cuerpo, el sentido deviene tributario del universo que se produce en el anudamiento y el goce del Otro desaparece como límite. Los intervalos componen el borde del (a) −nunca tan homotópico de la castración como aquí− y proveen su espectro. Dios, para ejemplificar lo que ocurre con el nudo, es idéntico al agujero. Queda, como contragolpe de su creación, fuera-de-universo. Es el no-todo. Paralelamente, y es lo que nos interesa, en estos desarrollos (y antes y principalmente en Encore), es también el caso de L mujer (que por eso ocupa ese lugar: representa la exclusión del sexo −no se trata ya de qué quiere la mujer, como se preguntaba Freud−, es no-todo).
El seminario XXIII persigue un telescopiado, una reproducción de la no-relación que no resulte tributaria de lo simbólico. El ejemplo, se sabe, es el nombre de Joyce (el goce y el síntoma en aposición), y, en especial, su texto Finnegans Wake. El Ego de Joyce caracteriza la extrema individualidad del escritor irlandés y define un tipo de síntoma que consigue esquivar la nominación simbólica y, por tanto, el sentido (luego, es inanalizable). Eso lo especifica y singulariza (en el sinthome, del que Joyce pretende dar la fórmula). Joyce hace agujero (duplica, reproduce la no-relación) de otra forma, y anuda sin pasar por lo simbólico del Nombre del Padre. La especificidad de este síntoma continúa la investigación de Lacan sobre lo real. Y si los temas joyceanos de la esfera y la cruz −no solo porque se puede hacer un nudo con ellos: son agujero y universo− anticipaban la elección, no hay que olvidar que Joyce “sabía que las mujeres eran su canción” (que no es poco decir, ni algo corriente).
L’insu, el seminario XXIV, interroga la huella improbable de lo real, pasando del síntoma a las formaciones del inconsciente (al lapsus). Antes se había alcanzado la exclusión del sentido: el Otro de lo real. Ahora, Lacan intenta demostrar −es el paso siguiente− que no hay huella que permita acceder o inscribir lo real. Con ese propósito examina el pasaje de interior a exterior (el toro vuelto trique), revisa la cuestión de la memoria, pone en entredicho la gramática en la lengua, menciona repetidamente la debilidad mental, y, su revés, el Uno que “dialoga” solo, el parasitismo del significante, que no haya despertar, el significante nuevo, el Proyecto de Freud, lo confuso del inconsciente freudiano y la tesis de Madeleine Cavet, alude a la estafa analítica, juega con la materia (l’âme-à-tiers), etc. En ninguno de estos temas, insistimos, hay huella. Solo un impasse de la formalización nos advierte de lo real. Así pues, la une-bévue hace redondel, hace agujero −y lo interroga−, un agujero, si se quiere, impropio (porque es otro que el agujero de lo sexual, y se emparienta así a la estructura, al telescopiado, del síntoma). Se propone como huella y gira en redondo en el intento. No existe entonces forma de reducir la representación. El uno (o si se prefiere, la una) equívoco, falso, perforado, desliza sobre lo real del sexo. Se ajusta a la estructura y queda del lado del amor (de transferencia) o de la poesía o los juegos del significante. La “unitud” inconsciente se multiplica (el Unbewusst se hace amor, s’aile à mourre; el síntoma muestra su varité). L’insu alcanza la lectura (la hiperlectura) que Lacan hacía de Freud: en un extremo la sorpresa del chiste o el lapsus, y en otro, la extraterritorialidad de la sexualidad, su carácter forcluido. Nos encontramos con un más allá del inconsciente freudiano, un real inaccesible a cualquier tipo de representación.
En el seminario XXV ─abandonada la “idea optativa” de hallar un significante nuevo que permitiría aprehender lo real─ decanta una consecuencia que en su tiempo nos tomó por sorpresa: la lengua es un mal útil. Es el momento de concluir sobre ella. No hay dónde detenerse. ¿Cómo distinguir, por ejemplo, los sueños soñados por Freud y relatados en Die Traumdeutung y la teoría que se sigue? ¿Por qué se trataría de una teoría de los sueños y no de una mera asociación? La “demolición del templo” ─otra expresión del Dr. Miller nos presta nuevamente ayuda─ y, sobre todo, del templo freudiano, está en plena marcha. Vivimos troumatizados por el lenguaje. No obstante, hay un residuo atribuible a la relación sexual: el cero y el uno. Lo que queda en el ser parlante de la relación refiere al número. Se encuentra así otro valor del nudo. El momento de concluir presenta otra acepción. No se trata únicamente del nudo como pasible de ser reducido a la zona erógena, sino de una propiedad del anudamiento que también resulta de inscribir la no-relación. El hecho de que el cero pueda identificarse con lo que adviene no anudado, flotante, en el nudo, y el nudo “ingenuo”, prêt-à-porter, por así decir, al uno, ubica una faceta positiva de la ausencia de relación. La relación sexual refiere al número (retomando diversos desarrollos anteriores del Seminario: el cuerpo como saco vacío, por ejemplo): “Hay algo que acontece por intermedio de lo que se reduce en la especie humana a la relación sexual. ¿Qué es lo que se reduce a ella en la especie humana? (...) La numeración”. El residuo de la relación ─no hay que confundirse en este punto─ no es el (a): se trata del nudo mismo. Ante todo, nos enfrentamos aquí al tema de la cifra, a la relación circular del residuo de la relación ─no se sabrá que fue primero: si la ausencia de relación o el lenguaje─ con la lengua. (Quizá en estos desarrollos se encuentre una respuesta a Chomsky. Una limitación de la combinatoria significante cuya causa se supone genética −algo ordena sujeto y objeto gramaticales−, un cierto binarismo propio del cortex, una zona del cerebro que permite descifrar los signos (que Chomsky supone en la base de la adquisición del lenguaje y especialmente de la gramática: el lenguaje “I”) puede, en efecto, cotejarse con la idea de Lacan.) El lenguaje solo opera su captura sobre lo real como agujero. Y, por lo tanto, movilizando al número. De ahí que el psicoanálisis gire en una órbita similar a la de la ciencia sin alcanzarla. Recordemos la objeción de Karl Popper. La ciencia, a su turno, solo captura su fragmento de real a partir del número. Tampoco ella escapa al acoplamiento de lo real y el fantasma (otro de los valores del nudo). En cierta forma, para responder a Popper, Lacan se “lleva puesta” a la ciencia. Así, nos hallamos con la estofa supuesta en la metáfora de la materia y lo real. Se trata, en lo que atañe al psicoanálisis, del abuso de imputar (a tal punto) materia al sexo ─Lacan dixit─. La topología adquiere un peso decisivo en tanto es la única vía por la que puede plantearse un despertar. La topología y el sexo excluido son una sola cosa (la equivalencia entre topología y estructura es el Ello −dice Lacan atribuyéndolo única e intencionadamente a Groddeck−). Si el mundo es representado, y no hay otra parte, porque no hay otra cosa que objeto y representación, no hay garantía ninguna. El sistema filosófico de George Berkeley ─enseña Lacan cuando imprevistamente, y sin la opinión de Popper, invita al obispo en ... Ou pire─ es irrefutable. Unos años después, leemos: “Se hace una diferencia entre el objeto y la representación. Esto se sabe porque se lo representa mentalmente”. “Aristóteles ─agrega Lacan─ hubiera podido dar soporte a la topología, ¡pero no hay huella en él!”. Si la representación es plana, si en cuanto intentamos volver sobre ella la apisonamos, no hay forma de saber hasta dónde se extiende sobre el objeto. Son lo mismo. Es el sueño en el que vivimos sumergidos. De allí, entonces, la importancia de la matemática (y del nudo): permite corregir el objeto, es decir, prescinde de él. Los matemáticos, que saben de quién hablan, no saben de qué hablan −Lacan recordaba cada tanto a Russell−. La cuestión del objeto es todavía más delicada en cuanto se advierte que existen diversas presentaciones. Se representa −la lengua se esfuerza en alcanzar el Todo− a partir de lo Universal (la abstracción del sexo y el parentesco −Edipo pedagogo−, digámoslo al pasar, es el punto preciso en el que la teoría psicoanalítica zozobra). La resistencia (a despertar) es representación. Lacan quiere despertar, al contrario de Freud, y apela a la topología. En este seminario, y después de algunas dilaciones en los anteriores, la letra deviene definitivamente síntoma. Correlativamente, la marca sobre la que gira dos veces el análisis −se trata del tema del pase− es el síntoma (observemos que, curiosamente, este último término no figura en Proposición). Incluso, agrega Lacan, una sola vuelta puede bastar si se advierte de qué se es cautivo.
El seminario XXVI ─el tiempo que abre la conclusión─ aborda el nudo borromeano generalizado y el tercer sexo (y la iniciación supuesta, el Falo). Se trata, como se intuye, de temas ligados. Lacan investiga aquí la posibilidad de que cortando dos, tres, cuatro redondeles sobre un nudo de seis, siete, ocho o nueve, por ejemplo, se pueda desanudarlo borromeanamente. La diferencia entre los redondeles −otra forma residual del nudo−, o toros, sustraídos y el nudo inicial permitiría aislar la no-relación. Desafortunadamente, Lacan obtiene una diferencia de dos (seis menos cuatro, siete menos cinco, etc.); el dos es neutro, no agrega nada, y el tres, borromeano, si lo obtenemos, nos deja donde estábamos. No sirven a la búsqueda de Lacan. En general, este seminario continúa persiguiendo lo real en una transformación de diversas superficies que resisten (el tiempo, el hiato que hay que colmar) y muestran así su pertinencia.
Y finalmente, La disolución, el seminario XXVII. Entre estos documentos y textos debemos subrayar una expresión: “la causa fálica”. Es la herencia, el concepto y la operación, asume Lacan, de la que partió su enseñanza. Y que él llevó hasta la ausencia de relación. Hasta el malentendido del sexo (las mujeres no carecen, aunque se piense y quiera lo contrario, de goce fálico y, por tanto, el Otro falta; así liberadas, son las mejores o las peores analistas). Retroactivamente, si hasta aquí todo fue serie fálica, el Seminario queda hilado en su conjunto. Se ve, entonces, que la simplificación que comporta comprender y situar el alcance teórico de la exclusión del goce sexual, lo real del sexo, alcanza todos los desarrollos. Por otro lado, la disolución extiende el nudo sobre los miembros de la EFP. Lacan se retira, corta el Uno. Desanuda. Alude, en la ocasión, a un real en juego que trasciende a la experiencia analítica. El acto de Lacan lo confirma y se conforma a él. Que La disolución forme parte de la serie demuestra que se trata, a pleno derecho, de un seminario. Y si el título del Seminario en conjunto falta −nunca fue enunciado−, se puede ahora sugerir uno: La causa fálica.
En resumen, pasamos del tres al cuatro (desde el XXI al XXII), y el síntoma aparece como sentido en lo real; Joyce ejemplifica un anudamiento que no adscribe a la nominación simbólica y concluye el desarrollo sobre el síntoma; en el XXIV la idea de real se consolida aun más, se ve impedido todo acceso: solo un impasse la provee; el XXV, en la línea del anterior, propone al número como residuo de la relación sexual; el XXVI intenta aislar la no-relación por otra vía (pero siempre acrecentando el número de redondeles): el nudo generalizado; el XXVII, con el acto de disolución, promueve un real más allá de la institución (ligado al malentendido fálico).
La relación sexual se encuentra con los no-incautos (muchos de ellos, los que interesan, analistas), se torna intersintomática, refiere al número, y, finalmente, la exploración minuciosa, serial (el Seminario, no solo estos siete seminarios) de una sorprendente paradoja confluye y se liquida −para volver a lanzarse en otra vía− en lo que la causa.
Carlos Faig. Psicólogo (UBA) y psicoanalista. Publicaciones: La transferencia supuesta de Lacan, ed. Xavier Boveda, Bs. As., l985; La clínica psicoanalítica, Xavier Boveda, 1986; Lecturas clínicas, Xavier Bóveda, 1989; Refutaciones en psicoanálisis, Alfasì, 1991; Nuevas refutaciones..., Alfasì, 1991; La escritura del fantasma, Alfasì, 1990; El saber supuesto, Alfasí, 1989. Ex profesor UBA (adjunto en Psicología comprensiva y titular en Fundamentos de la práctica analítica).