Ruth Lebovici merece asimismo ser destacada: su Hombre del fly-tox, si se nos permite expresarnos así, el caso de ese paciente que termina espiando en un cine hacia el baño de damas, a “la buena distancia del objeto”, marca una época de la técnica analítica.
Recordemos la cuestión de la “paranoia postanalítica” y su vinculación con las formaciones imaginarias cuando toman el lugar de lo real; en parte esa técnica nos lleva al kleinismo, en general a la situación del psicoanálisis en los ’50. En esa lista de famosos y técnicas precarias y un tanto ridículas, démodés –lista que no queremos proseguir–, aún no figura Lacan, cuyo prestigio se mantiene más o menos intacto.
Si así están las cosas, anticipémonos: ¿qué produjo el estilete lacaniano aplicado a la sesión? El corte es el emblema y el instrumento de esta técnica. Sabemos de los problemas que trajo a Lacan con la Internacional. Conocemos menos sus efectos, en los que hoy estamos todavía relativamente sumergidos.
El objeto (a), cortado del discurso, señalado más allá de la significación, es el fundamento que encuentra la técnica de sesiones breves, aun cuando esto nunca se haya explicitado y no exista, por ejemplo, un seminario que se ocupe directamente del tema. En rigor, esta técnica antecede unos siete años a los primeros desarrollos sobre el (a); se remonta a principios de los cincuenta. La justificación de la sesión breve se halla en esa época en el concepto de puntuación. Hay que observar, entonces, que no es la invención o la idea del objeto (a) la que comporta una técnica. La clínica, la práctica precede a la teoría en contradicción abierta con algunos enunciados de Lacan. Además, la técnica se topa con el (a) de un modo, hasta cierto punto, accidental; al menos, se intuye que el encuentro podría no haber ocurrido, y esto le da un aire fortuito, contingente. Entre teoría y técnica –la técnica siempre fue un poco denostada por Lacan– las cosas nunca terminaran de componerse. En una entrevista de 1966 Lacan todavía pedía algunos años más para basar su práctica. Finalmente los tuvo, pero no parece que los haya usado para ese fin.
Recordemos, en tren de orientar nuestra crítica, una idea del seminario La angustia: el objeto (a) es un amboceptor. Esto quiere decir que se produce merced a dos cortes. Un corte separa al niño del seno, para tomar como ejemplo el objeto oral, otro corte separa al seno de la madre, en el que el objeto está emplacado, succionando el cuerpo materno. Por eso se explica que el lactante se separe del seno –se destete– como de algo que le pertenece.
Demos un paso más y extendamos la descripción que hacía Lacan del (a) hasta disolverlo en esos mismos cortes. El objeto es la coincidencia de dos cortes. El concepto de objeto (a), en nuestra óptica, puede entenderse como la superposición, el campo de coincidencia de dos marcas. Si trasladamos esto a otro terreno, más general, notamos que las marcas afectan a la lengua y la sexualidad. De una parte, el objeto es no representable, de otra se encuentra separado del cuerpo. Esto lo define y lo constituye. La lengua y el sexo, el cuerpo y la representación presentan marcas que convergen y producen lo que acostumbramos a denominar objeto (a). En la medida en que no hallamos nada positivo del lado del cuerpo (o de lo que está separado del cuerpo) ni del lado de la representación, y que ante todo se presentan faltas o pérdidas, nada impide que sustituyamos al objeto por los cortes. El (a) no está en otro sitio y (salvo el sillón de analista) tampoco dispone de otro lugar donde estar. La situación sería otra si el objeto tuviera sustancia o representación: en ese caso la identificación con los cortes resultaría inapropiada. (Se ve, por otro lado, en qué consiste y de dónde procede la función homotópica del objeto (a) respecto de la castración: el falo no opera a pura pérdida –ni siquiera es separable del cuerpo– y no es meramente una falta.)
En el horizonte de esta sustitución conceptual se halla el axioma italiano, que aislamos en un artículo anterior: la idea de una circularidad entre las faltas que afectan al lenguaje y el sexo, entre la pérdida que atañe a la relación sexual y la estructura del lenguaje en tanto correlativa de la carencia de significante sexual.
La instalación del (a) en el Otro, movimiento que define a la transferencia, puede plantearse también, se lo ve fácilmente, como una superposición de marcas, y de allí la vinculación estrecha entre fantasma y transferencia. El correlato de esta instalación –permítasenos una digresión instructiva y que se atiene a los efectos del significante impar– es la figura de la madre fálica y, más atrás, el padre como portador del falo, como se decía hace unos años. En cierta forma, los conceptos del psicoanálisis se presentan por parejas, duplicados, en cuanto se advierte que lo que ocurre del lado de la lengua encuentra una equivalencia del lado del sexo, y viceversa (la transferencia encuentra su pendant en ciertas figuras edípicas, en nuestro ejemplo).
El análisis es concebible, para dar una imagen rápida, en función del deslizamiento de dos láminas agujereadas, una sobre otra. El objeto figura y cubre –insistimos en esto– la distancia inadvertida, que se halla plegada, entre un agujero y otro; permite el abrochamiento de esas faltas que deslizan. Como en el origen de la computación, se trata –en esta ilustración– de tarjetas perforadas. Pero estas tienen la particularidad de que disponen de una sola perforación; o bien, para el caso es lo mismo, muestran una tendencia a concentrar todas las perforaciones en una (en dos superpuestas).
Pasemos al dispositivo y la técnica, y traslademos nuevamente las marcas. Un corte se ubica del lado de la asociación libre (lengua) y otro del lado del analista (sexo, transferencia). Cuando se corta la sesión, sea o no arbitrario el momento que se elija, obviamente se detiene la asociación libre y se produce un más allá del discurso. La cadena significante resulta situada en su valor metonímico, y funciona desde entonces como una pantalla, un velo que indica el desprendimiento del objeto. Sobre esta cuestión existe, como ya señalamos, una fundamentación amplia. El corte se justifica porque supuestamente produce el objeto como metonimia, pero lo que se corta es el discurso: la asociación libre. Se pierde la palabra en lugar del objeto.
Si aceptamos este estado de cosas, ¿qué ocurre con la transferencia? No se ha vinculado con el proceso, aunque se produzca luego, porque se ha operado en función de un solo corte. Solo se ubica la perforación en una tarjeta –para seguir con nuestro ejemplo–, la otra queda librada a sí misma, por mucho que se la suponga (perforada). Esta suposición resulta obligada, ya que de otro modo ni siquiera estaríamos en el campo del psicoanálisis; y es lo que permite apreciar por qué costado el lacanismo se desliza a la psicoterapia: el trabajo analítico se ubica sólo del lado del analizante y la transferencia queda fuera de juego.
Es ese el problema más serio, y no tanto si el corte de la sesión resulta arbitrario. La arbitrariedad, si es cierto que el lenguaje apunta a su más allá, se corregiría a posteriori automáticamente.
Veámoslo desde otro ángulo e intentemos una suerte de demostración por el absurdo. Si la técnica del corte liga el lenguaje con el objeto, si el corte presentifica el peso propio de la transferencia y (uno de los costados) del (a), no hay modo de que falle. Cada vez que se hace exhibición del estilete, el objeto resulta alcanzado. Una técnica con esas características debió haber barrido hace tiempo el campo de las psicoterapias y las prácticas psicoanalíticas no lacanianas, porque su eficacia sería extrema y continua. La presentificación del inconsciente y su función en la formación de los síntomas, su conexión con la transferencia y la multitud de fantasías que habrían sido deducidas desde allí, constituirían datos abrumadores. Una técnica infalible y de fácil uso se hubiera impuesto en todos los frentes, y hace ya tiempo que habría cesado toda discusión a su respecto. (Esta cuestión converge con otro problema: el lacanismo está poco capacitado para pensar y situar el hecho de que un análisis pueda ir mal.)
Asumiendo que un tratamiento navega entre dos marcas, ¿qué comporta reducirlo a una? Si se espera que la marca faltante advenga, habrá un efecto mesiánico o de militancia, según el grado de actividad que se imponga al asunto. El lugar de esa marca faltante quedará señalado por el futuro del psicoanálisis, la escuela, la transferencia de trabajo (así llamada), y, no lo olvidemos, el pase y su institución. Ese mañana esperado en el que las marcas van a resolverse constituye un nuevo “domingo de la vida”, para retomar la expresión de Raymond Queneau.
Lacan puede agregarse a la lista que mencionamos al inicio si se acepta que el esfuerzo transferencial por alcanzar y abastecer el corte sustraído hace perder la palabra al analizante. Hay una sola marca que se exige a sí misma valer por dos y, duplicándose o adquiriendo otra función, pretende tomar el lugar del objeto. En tanto falta el corte que introduce al (a) como intervalar, el discurso es aspirado por el agujero. Los elementos discretos que componen el lenguaje quedan equiparados –una suerte de composición de figura y fondo– a los intervalos que los separan.
El efecto más visible de la técnica lacaniana –contrariando las consignas que se hallan en el origen de la enseñanza y el proyecto teórico de Lacan: la escucha, el énfasis en el campo del lenguaje, etc.– es pues la pérdida de la palabra. Ciertamente, la primera asociación que se nos ocurre refiere que el lacanismo casi no produjo analistas que sostuvieran una palabra propia. Se ha caracterizado, por el contrario, por la repetición y la sumisión a un sistema cerrado de saber que en cuanto se anuncia se escabulle.
Hasta cierto punto, y por paradójico que resulte respecto de la renovación que Lacan introdujo y su vindicación del freudismo, el lacanismo produjo una expansión del campo de las psicoterapias analíticas.
Se impone ahora una pregunta ingenua: ¿por qué razón justamente aquel que inventó el concepto de objeto (a) lo utilizaría indebidamente?
Por un lado, en Lacan el tema del amboceptor y los cortes es una característica más del objeto. La simplificación –la escobilla que nos permitiría barrer el campo teórico– que proponemos aquí, y que se extiende a múltiples sectores de la teoría y no solamente a los desarrollos de La angustia, no existe en el Seminario.
Por otro lado, en la obra de Lacan siempre hay un importante automatismo transferencial en cuestión, aunque el concepto no termine de explicitarse claramente nunca. Llevado al extremo ese automatismo podría formularse como una ley del saber supuesto. Y hace juego, como vimos aquí, con una técnica también automática –al menos en cuanto a sus efectos– del corte.
Pero quizá lo más importante, en tercer lugar, se atiene al hecho de que el proceso que se da entre el (a) y los cortes no es reversible. Si se ajustan las marcas (si hay análisis y transferencia) se produce el objeto, así como cuando enfocamos el microscopio se produce en algún sitio virtual una imagen –y la imagen es de Freud–. Pero apuntar al (a) directamente no produce de forma necesaria una convergencia de cortes (produce un saber ectópico o en cortocircuito). Estaríamos en este último caso en una situación similar a la de aquel que toma la fórmula por el ejercicio, es decir, suprime el desarrollo imprescindible para resolver una ecuación, por ejemplo, y en su lugar presenta la regla que debería aplicarse. Si esta fue la vía de Lacan es porque quería ahorrarnos el trabajo.
Voilà pourquoi votre fille est muette!
(proverbio citado por Lacan)
Carlos Faig es Psicólogo (UBA) y psicoanalista. Ex profesor UBA (adjunto en Psicología comprensiva y titular en Fundamentos de la práctica analítica). Entre sus publicaciones se encuentran: La transferencia supuesta de Lacan, ed. Xavier Boveda, Bs. As., l985; La clínica psicoanalítica, Xavier Boveda, 1986; Lecturas clínicas, Xavier Bóveda, 1989; Refutaciones en psicoanálisis, Alfasì, 1991; Nuevas refutaciones..., Alfasì, 1991; La escritura del fantasma, Alfasì, 1990; El saber supuesto, Alfasí, 1989.