Tanto la psiquiatría hoy llamada clásica como el psicoanálisis se han caracterizado por el estudio de los detalles, la identificación de los rasgos diferenciales, la descripción de los fenómenos específicos, evidenciando en ello su avidez por la minuciosidad. La descripción sistemática de los cuadros, la organización de su semiología, la atención a las formas de su evolución, pone de manifiesto en los grandes maestros de la psiquiatría un decidido interés por la observación sostenida, que procura discriminar en cada enfermo, a lo largo del tiempo, no sólo lo que tiene en común sino, precisamente, lo que lo distingue de los demás. Y, como sabemos, los historiales que soportan la clínica freudiana toman especialmente nota de aquellas vicisitudes y contingencias que hacen de cada caso un caso irrepetible.
Pero el campo de la salud mental no sabría escapar al movimiento general que orienta el modo de producción y comercialización de bienes a nivel mundial desde hace ya más de treinta años. La progresiva disolución de las fronteras aduaneras, el desarrollo de sistemas virtuales de intercambio de imágenes, voces e información, el desplazamiento casi instantáneo de capitales, la proliferación de transacciones comerciales en tiempo real, han contribuido efectivamente a la creación, a escala planetaria, de un mercado global.
Se trata precisamente de eso: un cambio de escala. No es que el protagonismo del individuo que ha distinguido a la modernidad desaparezca. Todo lo contrario. Pero en cuanto forma parte de un conjunto potencial de consumidores, cada individuo pasa a contar como uno, como uno más, en un universo creciente al que pertenece, desde luego, por lo que tendría en común. Lo que conlleva no sólo la desaparición de las singularidades y una correlativa vivencia de masificación, sino la consecuente desestabilización del entramado simbólico de los históricos legados comunitarios; algo que se diluye en beneficio de nuevos agrupamientos sustentados en el consumo de determinados objetos y los rasgos identificatorios que de ellos resultan, proveyendo al sujeto una suerte de nombre impropio. Tal el caso, por ejemplo, de las tribus urbanas, pero también el de muchas nomenclaturas sintomáticas.
Esa configuración de universos cada vez más amplios, ha dado lugar al empleo sistemático de instrumentos de evaluación y comparación que se consideran apropiados a sus gigantescas proporciones. Asistimos entonces al renacimiento de los cuestionarios, la reaparición de los tests, la consolidación del tiránico imperio de las estadísticas. Porque en ese inmenso maremágnum que hace vacilar toda certeza, los porcentajes proveen, al menos, algunas líneas de previsión de las tendencias y comportamientos que determinan la producción, y orientan la distribución y comercialización de bienes.
El auge del diagnóstico de depresión se sitúa decididamente en el macro contexto de esa globalización. Pese a su imprecisión semiológica y a la indeterminación de su extensión como concepto, la depresión tiende a devenir uno de los significantes privilegiados con que nuestra época pretende nombrar el malestar que freudianamente reconocemos como inherente a la civilización. Se calcula entonces la baja de productividad que presumiblemente acarrea su incidencia, los días de licencia que los trabajadores toman bajo su invocación, los temibles peligros de su evolución, la eventual fatalidad de su desenlace. Correlativamente, el negocio farmacológico asume proporciones cuya rentabilidad supera incluso la del complejo militar industrial norteamericano. Y los antidepresivos, la gran esperanza blanca de la psiquiatría biológica, devienen un instrumento no sólo de tratamiento sino incluso de diagnóstico diferencial. Todo lo que “curen” los antidepresivos será entonces nombrado como depresión, sea ella más o menos larvada, más o menos evidente. No es menos notable el carácter asubjetivo de lo que se propone para su abordaje clínico y su resolución, procurando en el “stress” o el “burn out” una suerte de modelo paradigmático.
Buena parte de los trabajos reunidos en el presente volumen apuntan efectivamente a caracterizar algunos rasgos de lo que hemos titulado “psicopatología de masas”, sintagma que, por cierto, excede en mucho la cuestión estricta de la depresión. Su tratamiento específico es en ellos articulado, de manera diferencial, a las dos grandes referencias freudianas del duelo y la melancolía que, en psicoanálisis, nos sirven de guía para conceptualizarla.
Próximo número 37: «La adolescencia hoy». Siguiente número 38: «Responsabilidad e imputabilidad». Hasta entonces.
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Psicoanálisis y el Hospital
Año 18 – Nº 36
Noviembre de 2009