5 DE OCTUBRE DE 2023LA MUERTE DEL GRAN PSICOANALISTA
Jean Allouch, una pérdida capital
Jean Allouch fue uno de los pocos sobrevivientes, un caído en batalla, porque nunca se tragó el sapo de una paz mundial, de una democracia con un solo padre, todo igual, sin diferencias ni diversidad.

Por Jeremías Aisenberg

Se murió el rockero del psicoanálisis, un Mick Jagger internacional, pero que cuando andaba por acá era Charly. Tantas veces lo fui a escuchar tocar, era tan divertido, que hoy solo puedo recordar eso impasses que permite el show. Me gustaba compartir la misma vereda para fumar. Me doblaba en edad, en la época en donde todavía hacía cuentas. El hombre fumaba mientras hablaba sobre su próximo libro, de proyectos que no le preguntaban por su cansancio. Inagotable. Le gustaba el boxeo tanto como fumar, no entendía la contradicción, tener que decidir sobre semejante estupidez, habiendo tantos binarismos de los cuales ocuparse. Goces peligrosos e invisibilizados.

¡Tantas son las referencias, que me llevarían todo un diario! Letra por letra, amores perros, ejercicios espirituales, el agujero que pone límites a la discursividad. Su recopilación de anécdotas sobre la práctica de su analista, Jaques Lacan. Un chisme hecho libro, basado en ficciones imposibles de comprobar. Nos regaló esa intimidad, a condición de que no hagamos el ridículo.

Allouch: el maestro del amor Lacan y de una muerte erótica. Un amor que existe a condición de no obtenerse, una muerte a secas, sin sustitución. Denunció la trampa del trabajo capitalista, que se ofrece como llave para la libertad, haciendo duelos y procesos de reorganización libidinal.

La religión, la ciencia, el mercado y la razón se oponen en coro a una pérdida sin recuperación. Se metió con lo más sagrado, lo indecible, lo que no tiene nombre; la muerte de un hijo. Un tipo que perdió a su hija y se atrevió a poner la palabra erótico al costado del horror merece que al menos lo dejen fumar en paz.

En esa enormidad de páginas no lograremos encontrar autobiografía alguna. En su célebre libro sobre la necesidad de secar el sentido, dice “Todo duelo se debe tomar como la muerte de un hijo”.

Hijo es quien está es la posición de recibir. Todos somos hijos. Todos queremos lo que merecemos. Todos somos padres demandando a nuestros hijos.

Lo más importante no se demuestra, porque las máquinas son de los patrones. Si el duelo es una pérdida sin sustitución, el Mercado fabrica repuestos. Pero si todo análisis es un duelo, entonces caen las ventas en picada.

Al duelo no se lo compra trabajando, se hace en Acto, no accionando.

Acto analítico, poético, político. Eso hace algo.

Cuando alguien se muere se lleva un pedazo nuestro, un cacho de cuerpo, un dedo, la mitad de una oreja. Ese que se va, nos deja amputados, pero más enteros. Porque si un tipo que se paró encima del horror sin victimizarse, fumando a pura sonrisa, jugándose la vida sin excusarse, logró morirse sin mojar, entonces se llevará millones de pedacitos de nosotros, pero nos deja unas ganas de vivir, de analizar, de fracasar, de amar... a condición de no pretender tener.

Si esta pérdida no sirve para de devolverle al psicoanálisis su politicidad y consistencia, no me cuenten como colega.

Solo tengo palabras de gratitud para alguien al que no le salió gratis la vuelta en esta calesita. Desde ese sábado fumo menos y estoy un poco más triste. Lo que nunca abandoné es la risa: única defensa contra el binarismo.

Y cuando estoy a punto de olvidarme, por conciliar finalmente el sueño reparador, y llevarme bien con el vecino, algo me roza, un susurro pícaro, que habla de sexo, que gasta al Amo, me despierta para siempre las ganas de jugar.

Mi Stone preferido dijo antes de partir: “Sobre el sexo hay un secreto muy bien guardado: a la mayoría de la gente no le gusta”.


Jeremías Aisenberg es psicoanalista y escritor.
Publicado en Pagina 12


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