El año 2021 transcurre signado así por una pugna forzosa entre, por una parte, la proliferación de los contagios y el riesgo de generación de cepas virales más nocivas, y, por la otra, un creciente proceso de inmunización que aspira a restringir las posibilidades de propagación y de mutación del virus. Lo que permite vislumbrar un horizonte no tan lejano de normalización progresiva de los modos habituales de interacción social. ‘Volveremos a ser felices’, se nos ha dicho, volveremos a disfrutar de besos, abrazos, celebraciones
masivas, manifestaciones callejeras, en fin, hábitos que, como cada cual ha podido vivenciar, hacen a cierto quantum básico de felicidad que no sabíamos en verdad compartíamos. Pero falta todavía, y no sabemos todavía cuánto.
La aparición del presente número de Psicoanálisis y el Hospital se realiza por tanto en condiciones bastante similares a las del número precedente, caracterizadas por las limitaciones que afectan la circulación de libros y revistas en formato papel.
Razón por la cual, el actual volverá a ser el único de este año.
Con poco más de un siglo de vida, la práctica del psicoanálisis extiende su existencia sobre tres siglos consecutivos, como lo hace ineludiblemente su partenaire inseparable, el inconsciente, su referente privilegiado. Si Freud concibió y dio forma al inconsciente con herramientas propias del S. XIX, apelando a la física y a la energética de su época, el retorno a Freud inaugurado por Lacan a mediados del S. XX es llevado a cabo, desde el inicio de su enseñanza, a partir de disciplinas que corresponden a la suya. El propio Lacan las enumera brevemente en Peut-être à Vincennes: lingüística, lógica, topología y lo que denomina antifilosofía, saberes a los que imprime además, dada la excentricidad conceptual de la que se propone dar
cuenta, una impronta singularísima. ¿Se trata efectivamente del mismo inconsciente?
La cuestión es sobrevolada de un modo u otro en distintos trabajos que pueden leerse a continuación. Pero es ostensible que Lacan toma alguna distancia de Freud al afirmar el estatuto no óntico sino ético del inconsciente, en relación a aquella articulación que hermana la verdad a lo real, deviniendo una suerte de deber preceptivo el de actuar en conformidad con el propio deseo. Por lo demás, son constatables sus diferencias en la práctica clínica, en cuanto a la frecuencia y la duración de las sesiones, y, sobre todo, a las modalidades de intervención. No se trata ya tanto para Lacan de interioridad como de exterioridad, no tanto de bucear como de flotar, pasando de una inmersión en las profundidades a la superficialidad de lalengua.
El S. XXI se ha introducido inopinadamente en nuestra clínica a través de la tecnología digital, algo que ha permitido su continuidad en las condiciones de distancia impuestas por el confinamiento. Asunto que afecta, entre otras tantas cosas, a la incidencia de nuestra presencia en transferencia, el espesor de lo que llamamos presencia del analista. Dado que la intermediación de la pantalla redobla el velamiento que produce la imagen, y la intermediación acústica induce un aplanamiento de la diversidad sonora y de sus escansiones, por lo que los efectos de nuestra comparecencia se ven amortiguados por el hecho mismo de la virtualidad. Aunque no tengamos aún suficiente experiencia acumulada ni plenamente teorizada, por lo que nuestra ‘joven ciencia’ transita nuevamente el tiempo de su conceptualización que es, como siempre, el de su realización efectiva.
Decir el siglo es también un modo de nombrar la época. Lo que nos abre al ámbito de la cultura, la magnitud de lo colectivo, la psicología de las masas, la colonización y la producción de subjetividad, un ámbito de fantasmas compartidos e inducidos, el territorio de la ideología, una dimensión de lo inconsciente que trasciende el plano de la historización singular, algo que nos interpela como analistas y sitúa al psicoanálisis en interlocución con los otros discursos de la polis.
En esa misma dirección, es más que probable que la pandemia marque el hito de un antes y un después en nuestra civilización, en nuestros modos de relación y de producción, habiendo demostrado la ciencia y la tecnología, a pesar de cierta sospecha tanática que recae sobre ellas, contribuir con un aporte invalorable a la preservación y a la continuidad de la vida. Esa interrogación anima la convocatoria de nuestro próximo número 59: «Crisis de la civilización – Del malestar a la incertidumbre», entendiendo que toda crisis supone cambio, y cada cambio, una oportunidad. Hasta entonces.