Articulo: Psicoanalisis y el hospital

17 DE ABRIL DE 2008 | PALABRAS DEL AUTOR

Para una clínica de la cultura (el esbozo de una aspiración)

Una clínica psicoanalítica de la cultura nombra una aspiración antes que un procedimiento establecido, no tanto la estandarización de un método como la percatación de su necesidad, la direccionalidad de un comentario que intentaría no sólo traducir la realidad sino insertarse en su textualidad, haciendo vacilar con su sentido lo admitido de su significación.

Por Mario Pujó
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En primer lugar, quiero agradecer las palabras de Noé Jitrik. Que alguien hable, a propósito de estos textos, de “prosa fluida”, o que reconozca en ellos un “discurrir” del psicoanálisis que “se deja leer” por no apegarse a “sus muy establecidas retóricas” es, desde luego, halagüeño; pero que lo diga Noé, un lector, escritor y crítico de la literatura de lengua castellana cuyo prestigio excede la vastedad geográfica de esa lengua, es algo que resulta literalmente alentador.

Encuentro muy aguda su observación acerca de lo que percibe como un doble registro entre el plano de los temas y lo que denomina un “bajo continuo”; base rítmica que entiendo como una suerte de insistencia que, más acá de los enunciados, lo lleva a percibir la enunciación de una preocupación por el “cómo”, lo que él llama el “plano operativo”. Porque, en efecto, la perspectiva que insinuamos no es de orden académico, no pretende atenerse a formas caracterizadas de la descripción o la explicación, sino que invita a detenerse en representaciones en permanente construcción, realidades que son otros tantos modos de subjetivación sobre los que el término “clínica” explicita una vocación claramente operativa. Recuerdo, al respecto, la famosa tesis marxiana según la cual no es cuestión de explicar sino de transformar: cualquiera fuera la forma que adopte una expresión aún incipiente como la de “clínica de la cultura”, aquella tesis constituye una orientación a la que necesariamente debería atenerse.

En segundo lugar, quiero agradecer al psicoanalista Héctor López su lectura y lo que de sus palabras se desprende como una franca expresión de entusiasmo. Es verdad, las realidades humanas no sabrían ser ajenas al discurso psicoanalítico en cuanto este discurso se establece como una experiencia, una experiencia de esas realidades y, en primer lugar, una experiencia de la realidad del inconsciente, la que como tal transita un forzoso sendero de deconstrucción. Pero también es verdad que nada se aproxima en ese discurrir deconstructivo a algo que pudiera describirse como representando efectivamente un método.

Si la clínica psicoanalítica ha encontrado en la pareja asociación libre - interpretación algo del orden de un dispositivo metódico para dirigirse al saber inconsciente del sujeto supuesto, el pasaje del ámbito de la palabra al plano de la subjetividad, el salto desde las realidades singulares hacia el análisis de las configuraciones colectivas sigue obligadamente la huella de lo que en el terreno de las disciplinas sociales se nombra discurso crítico. Es innegable que el psicoanálisis ha sido, y sigue siendo –aunque su intensidad decline– una herramienta crítica de las formaciones culturales que encuentra en las derivas de Frankfurt no, quizás, un modelo, pero sí una referencia obligada. No se trata, entonces, de explicar sino de transformar, y lo que Lacan denomina el acontecimiento Freud no es sino la constatación de que la subjetividad de Occidente ha sido alcanzada íntimamente por el descubrimiento del inconsciente.
Que el propio Freud gustara situarse en el linaje de Copérnico y de Darwin, en el sentido de un progresivo descentramiento que afectaría para siempre la representación que la humanidad tiene de sí misma, apunta efectivamente en esa dirección. Sólo que ese ‘para siempre’ sabemos hoy es sólo una ilusión, la ilusión de una época, una ya lejana esperanza iluminista que sólo decelaba en la ciencia su potencialidad emancipadora, una experiencia que llamaríamos hoy de otro siglo. En el Siglo XXI resulta menos curioso que se pueda renegar la realidad del inconsciente, como que se pueda poner en cuestión la mismísima evolución de las especies, que pueda ser afirmada sin ambages la injerencia ex nihilo de una creación inteligente. La ilusión evidencia en ello la seguridad de un porvenir, el evangelio pone de manifiesto un futuro asegurado, y entre ciencia, arte y religión, la clínica psicoanalítica encuentra en esta encrucijada más que una oportunidad, la premura ética de una obligación.

Una clínica psicoanalítica de la cultura nombra por ello una aspiración antes que un procedimiento establecido, no tanto la estandarización de un método como la percatación de su necesidad, la direccionalidad de un comentario que intentaría no sólo traducir la realidad sino insertarse en su textualidad, haciendo vacilar con su sentido lo admitido de su significación. Ocasión de mencionarlo, es un propósito que guarda una consonancia personal con la iniciativa que Oscar Cesarotto despliega en San Pablo en la docencia de su “semiótica psicoanalítica”, o la que más radicalmente problematiza Jorge Alemán en Madrid vigorizando el término de “antifilosofía”.

Para retomar el ritmo metódico de los textos, concluyo agregando algunas breves precisiones a los mismos: 1) el descubrimiento freudiano ha conmovido la visión renacentista de la infancia, contribuyendo a lo más destacable de su construcción moderna; 2) la pulsión de muerte freudiana no sólo afecta la noción biológica de instinto, sino la representación epocal de la muerte misma; 3) la época, nuestra época, cualquier época, nombra entonces un modo históricamente determinado de subjetivar el malestar inherente a la civilización; 4) en cuanto a nuestra práctica y al trabajo de rememoración que le es propio, la superación de la represión freudiana no consiste tanto en poder no olvidar como en poder elegir lo que se olvida, frente a la traumática incidencia de lo que no se puede olvidar; 5) last but not least, cine y sueño encarna una luminosa interacción característica del siglo XX: el cine como la realización de un sueño colectivo que afecta, a su vez, la realización de cada soñar individual.
Agradezco entonces la lectura y los comentarios de Noé Jitrik y de Héctor López, así como el cuidado de Alejandra Glaze en la edición de Grama.

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    Mario Pujó. Psicoanalista. Lic. en Psicología (UBA). Doctorado práctico en Psicología Clínica (Paris V – Sorbonne). Ha realizado actividad docente y de supervisión en diversas instituciones asistenciales psicoanalíticas, universitarias y hospitalarias, y publicado en diferentes medios especializados de Argentina y Brasil, habiendo sido traducido al inglés, portugués e italiano. Coordina los seminarios “El psicoanalista y la práctica hospitalaria” y “La formación de los analistas” en PsicoMundo. Es jurado de Maestría en el Departamento de Psicoanálisis de la UJFK. Autor de los libros “La práctica del psicoanalista” (Ed. Paradiso, 1994) y “Lo que no cesa del psicoanálisis a su extensión” (Ed. del Seminario 2001). Dirige desde 1992 el libro periódico “Psicoanálisis y el Hospital – Publicación semestral de practicantes en Instituciones Hospitalarias” que prepara su número 33.

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