La proliferación en aumento de objetos tecnológicos, característica de las sociedades de consumo, tiene consecuencias.
El objeto tecnológico, producido a gran escala y destinado a ser continuamente reemplazado por otros nuevos, toma, subrepticiamente, el lugar del partenaire, determina la subjetividad de la época, y promueve una satisfacción solitaria y autista. El propio objeto se transforma en un compañero fiel y poco problemático, porque brinda una satisfacción que no necesita pasar por las dificultades que suponen las relaciones entre las personas. Al mismo tiempo, la dimensión de la palabra y lo simbólico en general, pierde lugar. Las personas están cada vez más solas, con sus objetos, y la vida social se torna más dificultosa y sintomática. Sin embargo, la época permite pensar que con los objetos adecuados se puede estar bien.
Podemos relacionar la epidemia de anorexia-bulimia con esta tendencia a la satisfacción autista, que obtura la falta con objetos, elude la dimensión del deseo y es característica del mundo actual. En la época del objeto a la mano, la anorexia-bulimia pervierte el carácter supuestamente natural del alimento y muestra de forma paradigmática su dimensión de objeto de satisfacción (no comer nada, comerlo todo, etc), igualándolo al objeto tecnológico y utilizándolo como tal. También constituye el mejor ejemplo de que para el ser humano la dimensión de la necesidad está abolida.
Desde el punto de vista psicoanalítico, el síntoma, en nuestro caso, anorexia, bulimia u obesidad, es, a la vez, la expresión de un conflicto y un condensador de goce.
Hace ya más de un siglo, Freud expuso sus teorías sobre los síntomas como instrumentos inconcientes para la expresión de conflictos psíquicos. Él hizo su gran descubrimiento con las pacientes histéricas que presentaban, por ejemplo, parálisis cuya configuración no respondía a ninguna etiología orgánica. Las personas que padecen síntomas vinculados a la alimentación, normalmente presentan dificultades en la relación con la madre y/o dificultades para situarse subjetivamente en relación a la sexualidad y al partenaire sexual. Cuando le pedimos a una joven que consulta por alguno de estos problemas que tome la palabra, normalmente habla de este tipo de dificultades. Hablar de estas cuestiones, esclarecerlas, dilucidar la posición subjetiva en relación a estos problemas que dificultan la vida permite que el síntoma vaya perdiendo fuerza y se relativice.
Hay otro aspecto, más complicado, que he llamado crípticamente “condensador de goce”, y que en estos casos se hace muy evidente. El síntoma, además de “hablar” de un conflicto, constituye una satisfacción en sí mismo. El no comer, el comer y vomitar o el no poder parar de comer, “compensa” al sujeto de una forma paradójica, le da una consistencia y hasta una identidad. Este constituye el aspecto más resistente de estos síntomas, pero, desde nuestro punto de vista, no debe ser contrariado directamente. Esta satisfacción tiene una función de sostén que el sujeto podrá abandonar cuando pueda sostenerse en otra cosa.
En este sentido, es necesario poner de manifiesto que estos síntomas son transclínicos, es decir, no son propios de una sola estructura clínica. La teoría psicoanalítica considera la existencia de distintas estructuras clínicas, fundamentalmente, neurosis y psicosis. Sobre todo en las psicosis, tanto en las desencadenadas como en las estructuras psicóticas sin desencadenar, la función de estos síntomas es fundamental. El sujeto consigue organizar su mundo, después del desencadenamiento o sin necesidad de él, gracias al síntoma. En estos casos es muy importante no intentar “arrancar” el síntoma al sujeto porque, si lo lográramos, lo dejaríamos desasistido, sin aquello que lo sostiene.
Hay otras formas de abordar los trastornos del comportamiento alimentario, reeducativas o punitivas, que desconocen las complejidades de la subjetividad.
Los tratamientos punitivos intentan reducir el síntoma por medio de una especie de contencioso que en algunos casos lo recrudece; en otros, puede tener cierto éxito pero no toca en absoluto el problema que está en la base del síntoma anoréxico o bulímico y en los peores casos, puede desencadenar una psicosis. Siempre hay que valorar en cada caso, pero generalmente tiene mejor tratamiento y pronóstico un sujeto estabilizado por sus propios medios que una psicosis desencadenada.
Los tratamientos reeducativos tratan la anorexia como si fuera una dismorfofobia, es decir, como si el problema con el cuerpo fuera una especie de error de la percepción y quieren enseñar a las jóvenes a reconciliarse con su cuerpo. En este caso también desconocen los complicados resortes que organizan la relación con el cuerpo, especialmente en esta época de decadencia de lo simbólico en la que la imagen corporal constituye una especie de falso refugio. Esta es una cuestión muy delicada porque, efectivamente, las jóvenes anoréxicas o bulímicas, frente a un problema de cualquier orden, se ven gordas y quieren reducir su dieta. Pero no se trata de un problema relativo a un conocimiento erróneo sino que, por las características de la época y por la historia personal de cada joven, la imagen delgada, sostenida en un ideal de delgadez que a veces parece delirante, se ha transformado en un lugar de afirmación personal frente a la dificultad para abordar verdaderos los problemas. A medida que éstos pueden ponerse en palabras, esclarecerse y comenzar a abordarse, la tendencia a buscar la dieta como una “solución-para-todo” o como una pantalla que todo lo cubre, tiende a debilitarse.
Graciela Sobral Psicóloga clínica en el Servicio de Salud Mental de Moratalaz-Vicálvaro, donde coordina el Programa de Trastornos de la Alimentación. Psicoanalista, miembro de la ELP y la AMP, docente del NUCEP, perteneciente al Instituto del Campo Freudiano. Ha publicado artículos en numerosas publicaciones del ámbito psicoanalítico.
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