El mito del andrógino:
Comenzó Aristófanes su intervención en el Banquete, de esta manera:
“En efecto, me parece que los hombres no se dan en absoluto cuenta del poder del Amor, ya que si se la dieran le hubiesen construido los mas esplendidos templos y altares, y harían en su honor los más solemnes sacrificios..."
Y después Aristófanes contó que eran tres los géneros de los hombres, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre era el andrógino, que eran seres redondos, sus espaldas y sus costados formaban un círculo; tenían cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros sobre un cuello circular, y sobre estos dos rostros una sola cabeza; tenían cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo el resto duplicado también. Caminaba en posición erecta como ahora, hacia delante o hacia atrás, según deseara; pero cuando le daban ganas de correr con rapidez daban una vuelta de campana haciendo girar sus piernas hasta caer en posición vertical y, como eran entonces ocho los miembros en que se apoyaba, avanzaba dando vueltas sobre ellos a gran velocidad. Eran, pues, seres terribles por su vigor y su fuerza; grande era además la arrogancia que tenían, y atentaron contra los dioses, quisieron construir una escalera para atacarlos. Al enterarse los dioses de esta arrogancia el castigo debía de ser ejemplar, Zeus ideó la mejor manera: cortarlos en dos partes, de forma de hacerlos incompletos, con la desesperación permanente de cada uno de buscar la otra parte, y no encontrarla jamás. La condena consistió en añorar la otra mitad, de modo que ni el abrazo de los cuerpos pudiera recuperar la unidad original, muriendo de hambre e inanición general por no hacer nada los unos separados de los otros. Desde aquel entonces hombres y mujeres, hombres con hombres, y mujeres con mujeres, buscan siempre a la otra mitad, “y esto es el conseguir un amado que por naturaleza coincida con la índole de uno. ”
La verdad del mito
El mito es un relato, no es una novela, es siempre un relato general..., un relato que pregunta por el origen, que apunta a la estructura a partir de los hechos de la experiencia. El mito es un intento de dar cuenta de lo inexplicable, de lo inasible, de lo que compete a lo que Heidegger ha llamado “la esencia del habla ”, o sea el lugar desde el cual se genera el lenguaje, pero que en sí mismo está vacío. En este sentido, por estar en relación a dicha esencia, el mito participa de la creación poética, de este modo se podría decir que todo mito es poema.
El mito del andrógino da cuenta de los encuentros y desencuentros del amor, pero también ubica allí que en el amor hay una experiencia de la falta de objeto, que desde un principio hay una ausencia que determina el juego de los amantes, y que esto no es sin consecuencias. El peor de los castigos ha sido dividir la esfera, la imagen de un cuerpo redondo, perfecto, cuya simetría es tal que da placer a la mirada, dividir la esfera es romper con lo armónico, con la buena forma.
La continua apelación a lo sagrado, es la inclusión en el mito de aquello que no se puede explicar por la vía de la razón, lo sobrenatural es un modo del relato de hacer aparecer aquello que no se deja nombrar por la palabra, aquello cuya dimensión es de no-palabra. Por eso el mito siempre se lee en dos direcciones, como en una partitura musical donde se lee simultáneamente el ritmo y la armonía (como lo señalan Claude Levy Strauss y Jacques Lacan), es la dimensión del relato y de lo que el relato nombra como imposible de decir.
En una partitura musical, las notas que se agrupan en un pentagrama en sentido vertical constituyen la armonía, y la sucesión de notas escriben la melodía y el ritmo, lo que se escucha como música incluye estos dos sentidos: lo simultáneo (armonía), y lo sucesivo (melodía y ritmo). Es lo que Claude Levy Strauss destaca como lo sincrónico y lo diacrónico del mito.
En el caso del mito del andrógino, ocurre una sucesión de hechos que van desde el andrógino inicial unificado a su separación en mitades, y simultáneamente una imposibilidad que lleva a querer desafiar a los dioses, un estado de imposibilidad de la satisfacción totalizadora, que subyace al relato en toda su extensión. La intervención de los dioses no hace mas que ratificar esa imposibilidad: no es posible el todo para los humanos, la condición de ser mortales les imposibilita ser dioses. Es en ese sentido que Aristófanes considera que el amor merece los mas esplendidos altares y templos, y también los mas solemnes sacrificios..., en verdad a esa tarea los sujetos dedican gran parte de sus vidas.
Es oportuno aclarar una importante diferencia que se suscita a la lectura de los mitos en función de la subjetividad, dado que pueden establecerse posiciones claramente antagónicas: Carl G. Jung ha sostenido que los mitos son imposiciones arquetípicas que preceden al sujeto, y que lo determinan contra su voluntad, o a favor de ella. El tratamiento analítico consistirá en desprender los contenidos míticos de los “objetos de la conciencia” y que se “consoliden como realidades psicológicas fuera de la psique individual”. Desde esta idea los mitos son determinantes ancestrales que se le imponen a cada sujeto, y de los cuales dependen en la vida cotidiana. De acuerdo al arquetipo de cada uno cambiará su determinación mitológica, y el tratamiento intentará separar esos mitos de su conciencia, pero sin que pierdan su condición de “dominación inconsciente colectiva” .
Jacques Lacan considera al mito como un relato atemporal, una ficción que invariablemente “sugiere la noción de una estructura”. Y por eso, el mito muestra que “la verdad tiene una estructura de ficción”. O sea que participa de la verdad de la estructura, es una ficción que devela la verdad de la estructura subjetiva. Por eso los mitos se pueden homologar en distintas culturas, y pueden ser traducidos sin perder su esencia lingüística, su capacidad de transmisión. La verdad como estructura de ficción, señala a la verdad no como lo que esta oculto detrás del relato, sino lo que la misma ficción revela como verdad en tanto propio, específico de aquello que el mito da cuenta (la diferenciación sexual, la relación con el origen, con los padres, etc.)
El entramado del mito actúa al modo del síntoma, en tanto anuda al relato la verdad de la estructura, produce una articulación entre el decir y lo imposible de decir. Crea una ficción que presenta lo real, por eso en relación al mito del andrógino Jacques Lacan dice que “Aristófanes nos habla aquí exactamente como Juanito”, por supuesto refiriéndose al famoso caso de Sigmund Freud, donde la construcción que hace Juanito es anudar al caballo la figura aterrante del padre, de modo que mediante la fobia haga soportable dicha relación al padre.
Aristófanes hace un mito al modo del síntoma del amor, la ilusión del retorno a la unidad perdida, es ésta la razón por la que Lacan sostiene que el mito del andrógino ha triunfado en la civilización occidental. Es el mito que le ha dado un sentido, por mas que ilusorio o fantástico, al vacío que implica la imposibilidad de la fusión entre los sexos, lo que Lacan designa como “No hay relación sexual”.
Desde la relación necesaria entre mito y síntoma, Sigmund Freud refuta la teoría biológica del mito del andrógino que atribuye dicho relato a supuestas partículas biológicas que “aspiran a reunirse”, (Asimismo, sorprendentemente, Freud advierte que este mito reconoce antecedentes importantes con otro mito hindú, el Brihadàranyaka-upanishad, sin que el mismo Aristófanes haya podido tener estas referencias..., ¡¡observando en 1920 lo que después Levi-Strauss va a describir como lo estructural del mito!!). En esta negativa a aceptar una determinación biológica en este mito, puede también leerse una respuesta a la idea del sometimiento a los arquetipos que plantea Jung, dado que lo que Freud refuta aquí es que del relato de dicho mito no se comprueba ninguna relación posible entre sustancias femeninas y masculinas.
El mito psicoanalítico de la laminilla
Jacques Lacan presenta sus respetos al mito del andrógino de Aristófanes, y dice de esta fábula es verdaderamente un desafío al tiempo, “se ha mantenido por los tiempos de los tiempos sin que nadie haya intentado superarla” Y a continuación dice con cierta comicidad irónica: “Yo lo voy a intentar”.
Lacan contaría su mito mas o menos así: Desde todos los tiempos, en cada nacimiento ha ocurrido, y ocurre cada vez, que se escapa algo así como una sustancia inmaterial que se desliza al exterior, que se pierde en esa rotura primordial, y que se expande por la atmósfera. De esa primer rotura surge aquella sustancia, a la que en principio se la podría llamar Hommelette (un neologismo que condensa Hombre en sentido genérico, y omelette , un revuelto de huevos, muy popular en Francia), y luego hablando mas propiamente “laminilla”, como aquella sustancia que se ha perdido en el inicio, y que en el intento de recuperarla nos empuja a las acciones y los actos, al amor, a la sublimación. La laminilla se desliza permanentemente, no se deja atrapar, no se puede encerrar ni guardar, y ocurre también que inadvertidamente puede acosarnos por la noche, aparecer de modo siniestro y mortífero mientras dormimos plácidamente. Ni bien surge en cada nacimiento, los sujetos luchan contra esta sustancia, le ponen trampas, intentan dominarla o educarla, sin conseguirlo jamás, porque la laminilla no es dominable, y es inmortal. El valiente que la quiera encerrar debe saber que esta sustancia es muy escurridiza, que puede deslizarse por los dedos, y alojarse quien sabe donde.... A esta laminilla, un psicoanalista vienés llamado Sigmund Freud, la llamó libido.
La superación del mito del andrógino es la inclusión de la sexualidad como órgano del cuerpo que participa de la pulsión y del significante, es en esa doble pertenencia de la sexualidad que se revela su carácter de mortífera para el sujeto. A su propia superación del mito clásico, Lacan lo llama “el mito de la laminilla”. Y la diferencia principal con Aristófanes y con los autores post freudianos que han teorizado el concepto de libido es que no se la plantea como un campo de fuerzas (dinámica de la libido), sino como un órgano.
Un órgano, por definición es algo que actúa como un todo, y puede referirse a un elemento anatómico, jurídico, o incluso comunicacional, por extensión es un todo que se ajusta a una acción determinada (órgano de prensa de un partido político, por ejemplo). Plantear a la libido en estos términos conduce a la idea de un sujeto definido por sus actos, que se presentan como un todo, a veces enigmático por supuesto. El concepto de órgano también acerca al sujeto a su condición de animal, Lacan lo compara con los animales cuando delimitan lo que consideran su “territorio”, son esos los límites de la libido como órgano, la libido desplaza los límites del organismo. Es lo que puede observarse como lesivo cuando se lastima una persona, o una propiedad que forma parte de la libido de alguien, la injuria es en el cuerpo: el cuerpo libidinal, que en definitiva es el cuerpo propiamente dicho . Lacan lo escribe así: “La libido es esa laminilla que desliza el ser del organismo hasta su verdadero límite, que va más allá que el del cuerpo. Su función radical en el animal se materializa en tal etología por la caída súbita de su poder de intimidación en el límite de su "territorio".” El histérico, en la amplitud de sus identificaciones, puede llevar esos límites hasta extremos sorprendentes. El territorio del cuerpo es mucho mas que su superficie biológica.
La laminilla como tal, es inmortal, y al modo que Freud plantea el plasma germinal, se vale de los cuerpos para existir al infinito. “El sujeto hablante tiene el privilegio de revelar el sentido mortífero de ese órgano, y por ello su relación con la sexualidad. Esto porque el significante como tal, al tachar al sujeto de buenas a primeras, ha hecho entrar en él el sentido de la muerte. (La letra mata, pero lo aprendemos de la letra misma.) Por esto es por lo que toda pulsión es virtualmente pulsión de muerte.” La infinitud de la libido hace surgir la mortalidad de los cuerpos.
¿Por qué un mito para la libido?
El mito de la laminilla encarna la “parte faltante” del mito de Aristófanes, que es resultado de una división inaugural, que deja un resto inasimilable, lo que en su retorno constituye el verdadero problema del amor: se busca en el amor reintegrar lo que se pierde en la constitución de lo humano (Lacan relacionaba lo humano con el humus, el barro, o sea lo que proviene de la tierra y se moldea, se transforma). Ya no es la relación entre lo masculino y lo femenino, sino la relación a aquello que se pierde en lo inevitable del equívoco de los sexos.
El mito de la búsqueda de la mitad sexual en el amor queda sustituido por la búsqueda, por el sujeto, no del complemento sexual, sino de la parte de sí mismo perdida para siempre. Esta búsqueda no esta exenta de encuentros y desencuentros, y está marcada siempre por el hecho de que el humano al ser sexuado, esta afectado por la muerte. La laminilla es puro Eros, es pulsión de vida inmortal, es lo que pervive de generación a generación, por eso al ser nombrada evoca lo mortífero y lo pone del lado del sujeto.
“La laminilla tiene un borde, se inserta en la zona erógena, es decir en uno de los orificios del cuerpo, en la medida en que estos orificios están vinculados con la estructura-cierre de la hiancia del inconsciente, tal como lo muestra nuestra experiencia.” La laminilla no es sexuada porque no necesita reproducirse, es inmortal pero se la puede nombrar, porque el sujeto es sujeto de la palabra. La certeza de que la letra mata es lo que se va a experimentar con la laminilla. Ser un órgano irreal no le impide a ella encarnarse, insertarse en una zona erógena, hacer su propio recorrido en el cuerpo. Ese modo de encarnarse, sin una sustancia tangible, es lo que hace que el mito cobre todo su valor de representación, de estructura de ficción, o sea todo su valor de verdad.
Se trata de captar de que modo se inserta la libido en el cuerpo, y por consiguiente en la dialéctica del sujeto. Este órgano de lo incorporal en el ser sexuado es aquello del organismo que el sujeto emplaza en el momento en que se opera una separación.
El mito de la laminilla hace intervenir en las vicisitudes del amor a la dimensión de lo que Lacan llama objeto a, y es el modo en que esta sustancia mítica se puede formalizar en tanto se ubica en oposición lógica al sujeto, en tanto nombra esa dimensión de lo perdido, de un objeto mítico, que no es propiamente un objeto, al final de cuentas. Introducir esta dimensión cambia todos los efectos y avatares del amor, y lo transforma de una contingencia mas o menos feliz o infeliz, en una dimensión necesaria para cierto recorrido subjetivo: en experiencia única en la pulsión, y en los inextricables recorridos del deseo.