En el texto “Los retrasados no existen”, Anny Cordié pone el acento en la inhibición intelectual para señalar cómo incide en las dificultades de integración escolar de diferente tipo. Señala al mismo tiempo que se trata de otra de las formas que tiene el niño o el joven de expresar un mal-estar.
A partir de las enseñanzas de Sigmund Freud, debemos explorar los motivos inconscientes de ese malestar, para reconocer un sufrimiento psíquico detrás de una situación de fracaso escolar, en referencia a la crisis que atraviesa para la resolución edípica en las etapas obligadas del desarrollo.
El síntoma de fracaso escolar toca operaciones intelectuales en apariencia alejadas del sufrimiento y la angustia que no son evidentes en un primer momento.
Tengamos en cuenta que la escuela es actualmente, en más de un sentido, el modelo por excelencia de la adaptación y el reconocimiento posibles. Así, el deseo de aprender ocupa un lugar de privilegio, tanto más cuanto que nada ni nadie puede forzarlo, sustituirlo por una obligación.
Esto es así al punto tal que el acceso al saber y el esfuerzo de aprendizaje vienen a ser comparados con el amor y el brillo propio del objeto amado: el amor no se comanda y una vez que ese objeto brilla con luz propia, no hay necesidad de forzar el deseo de ir hacia él.
Según esta concepción, la curiosidad, el placer del descubrimiento, son espontáneos en el niño desde el comienzo de la vida. Sus primeras manifestaciones pasan por la exploración del propio cuerpo, a la manera de un juego que irá luego extendiéndose, integrando paulatinamente los objetos del mundo que lo rodea.
Se abre así el camino que, en condiciones de un desarrollo satisfactorio, aun con sus discontinuidades, posibilitará las adquisiciones escolares. Los accidentes en ese recorrido, son los que corresponde interrogar toda vez que la inserción escolar se muestre problemática.
Esta alternativa abre un escenario donde es posible apreciar que el saber acerca de algo, es siempre y ante todo el saber de un sujeto que busca saber o que quiere saber, incluso si no sabe lo que busca.
En la perspectiva de esta interrogación sitúo la especificidad del enfoque terapeútico que se ocupa de la dificultad escolar y que prevé la presencia de los educadores y los padres acompañando ese trayecto.
Nuestro trabajo consiste en abordar ese pedido implícito en el imperativo “aprende” como un motivo frecuente de la inhibición en el aprendizaje, en su relación respecto de su rendimiento escolar.
Consideramos esta cuestión desde la perspectiva del deseo, los intereses, las motivaciones del niño articulados al contexto cultural y social.
Una vez más, precisamente por tratarse de un deseo, su puesta en marcha y sus producciones no pueden obedecer a una orden.
El médico de familia, los gabinetes psicopedagógicos instituidos para abordar este tipo de cuestiones, son a menudo las instancias más próximas a la singularidad de cada caso y sus antecedentes, su contexto social y cultural; son ellos quienes pueden apreciar la pertinencia de un trabajo terapéutico que busque despejar la trama donde vino a instalarse el problema puntual.
En definitiva, nuestro enfoque ubica al fracaso escolar como efecto de una inhibición sobre las operaciones del pensamiento, cuya manifestación serán los diversos grados de detención y /o pérdida del interés intelectual.
Así, puestos a evaluar las características del trayecto escolar, éste vendrá a perfilarse no sólo en términos de un fracaso más o menos marcado, sino también y sobre todo como interrogación acerca de lo que es la escuela, en tanto lugar privilegiado de inserción y del valor que cobra, en cada caso, triunfar o fracasar allí.
En el abordaje de ese trayecto la operatoria terapeútica apuntaría a la apertura de una multiplicidad de intereses presentes en el contexto cultural.